domingo, 30 de septiembre de 2012

Gente de bien


A veces envidio a las personas que tienen las cosas claras o en su defecto tienen la suficiente cara dura como para ir por la vida ignorando los hechos o negando las evidencias. El Sr. Rajoy, en uno de sus pocos comentarios, afirmaba sentirse apoyado por la “mayoría silenciosa” que no se suma a las manifestaciones de protesta, no solo contra los recortes de nuestros derechos, sino también para mostrar su oposición al giro ideológico que quieren imponer a nuestra sociedad. El comentario, simple en el análisis y perverso en la intención, fruto posiblemente del desconcierto, da por hecho que no acudir a una manifestación coloca automáticamente al ausente entre los defensores de la política económica y social del gobierno. Tanta osadía, (repito, consecuencia del desconcierto, ya que esta derecha solo sabe lidiar con el descontento si puede dispararle, con bolas de goma, no seáis mal pensados), es causa suficiente para provocar un ataque de risa, si no fuera porque sospechamos que en el fondo se cree sus propias palabras.

 Lamentablemente las intenciones de estas palabras van mucho más allá, al establecer una perversa diferenciación entre los ciudadanos en función de su actitud frente a la pérdida de calidad democrática que nuestras vidas están experimentando gracias a las imposiciones de los neoliberales. Ese universo de buenos y malos, donde la bondad se equipara a la resignación o a la militancia ideológica, es una invitación a la división, al menosprecio de quienes piensan de forma diferente mientras tratas de transformarlos en delincuentes, triste calificativo que pone los pelos de punta, porque así consideró y juzgó la dictadura a quienes defendieron la República, como simples criminales. Aunque la II República es ya historia, las palabras que justificaron el golpe de estado y la represión posterior han sobrevivido intactas en una parte de la sociedad de este país. 

Esa parte de la sociedad, que se considera a sí misma gente de bien, resulta en general peligrosa, porque su miopía, egoísmo y codicia les puede hacer tomar caminos muy inesperados cuando consideran que su posición de poder está en peligro. Es entonces cuando la división entre buenos y malos se carga de tragedia, cuando cualquier salvajada está justificada en nombre de la Justicia, de Dios o de la Patria, con tal de exterminar la disensión, llamada para la ocasión “maldad”. Aunque conviene hacer una matización a las palabras de Rajoy, esa gente, a la que él mismo pertenece, no es gente de bien (ni de mal necesariamente), sino gente bien. Y aunque los términos se parecen, no son lo mismo.

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