miércoles, 21 de mayo de 2008

Transgénicos

Las multinacionales de biotecnología no sólo presumen de reunir en sus laboratorios toda la sabiduría de millones de años de evolución, sino que nos ofrecen, en forma de nuevas especies, la solución a todos los problemas de alimentación del mundo.
No comparto ni su entusiasmo, ni su optimismo. No por mi falta de fe en la ciencia (la posible y la improbable), sino porque el uso generalizado de los transgénicos puede tener consecuencias imprevistas y negativas tanto para el hombre como para el medio ambiente. En estas circunstancias es recomendable tomar todas las prevenciones posibles, incluidas las superfluas.
Estas multinacionales están desesperadas. En toda iniciativa empresarial los inversores y accionistas esperan obtener beneficios, y en el caso de los transgénicos estos no acaban de materializarse, o no son tan suculentos como se esperaba. Pese a todos sus intentos y tretas no han logrado vencer la desconfianza que agricultores y consumidores muestran hacia sus productos. A los primeros no les debe hacer mucha gracia depender de un sólo proveedor de semillas, y de unos cultivos que exigen un tratamiento previo de la tierra que la inhabilita durante mucho tiempo para otros cultivos. Y los segundos después de varias alertas alimentarias, ponemos algo más de atención en nuestra alimentación.
No tengo nada contra los transgénicos. De los laboratorios han salido tanto excelentes excusas para hacer películas de ciencia ficción de serie B, como sonados fracasos. Son estos últimos los que realmente me dan miedo, y este se convierte en pánico cuando existe la posibilidad, por remota que sea, de que un grupo de multinacionales puedan llegar en algún momento a controlar la producción de los alimentos de cientos de millones de seres humanos. Especialmente en un contexto desregularizado como el nuestro, donde en nombre de la eficiencia y la rentabilidad las grandes corporaciones transnacionales están haciendo y deshaciendo a su antojo.
No creo que sea buena idea poner en manos de consejos de administración y accionistas, tan dados a la codicia, un instrumento de poder estratégico como es la alimentación de las naciones. Para los países desarrollados un oligopolio de este tipo podría suponer pagar más por unos productos que aún deben demostrar su inocuidad a largo plazo. Contra este argumento algún economista podría alegar que la libre competencia regulará los precios y que las leyes de mercado impedirán la formación de estos grupos. Pero a nadie se le escapa que entre saqueadores la libre competencia es siempre una quimera, especialmente cuando hablamos de grandes multinacionales. No debemos olvidar que las siete hermanas (petroleras), ahora cinco, durante años pactaron precios entre ellas.
Si en las naciones desarrolladas este incremento de precios podría ser asumido, no ocurre lo mismo con las naciones en vías de desarrollo, cuya agricultura ya esta herida de muerte. Depender del capricho “tarifario” de estas multinacionales sería el golpe de gracia para millones de agricultores que no podrían asumir el coste anual de estas semillas. Tampoco podemos descartar la posibilidad de que estas empresas decidan a quién o cuánto vender en función de simpatías o antipatías políticas. No deberíamos olvidar que la rendición por hambre fue un arma muy utilizada en la antigüedad y que pese al cambio experimentado por las ciudades en tamaño y aspecto, las necesidades básicas de sus ciudadanos siguen siendo las mismas.
Durante milenios la humanidad ha seleccionado semillas y animales en función de su rentabilidad, pero también lo ha hecho siguiendo criterios de adaptación y respeto al entorno. Los transgénicos suponen imponer la uniformidad y los cultivos más rentables económicamente, en detrimento del resto. Pero sobretodo implican el pago de patentes por unos conocimientos y una experiencia que hasta ahora eran patrimonio de la humanidad.
La cuestión de las patentes es interesante. Estas empresas a su manera han privatizado, con un esfuerzo económico relativamente bajo, el patrimonio alimenticio de la humanidad. Han escogido las variedades más rentables de grano y tras introducir un sólo gen en una semilla con varios miles de ellos, pretenden hacernos pagar como si toda la semilla fuera de su propiedad cuando es el resultado de milenios de trabajo. Quizá sería más razonable cobrar sólo la parte proporcional lograda gracias a las técnicas genéticas. Otra posibilidad es que estas empresas pagaran a algún organismo internacional, por ejemplo la FAO, la parte del grano que es patrimonio de todos. En ese supuesto es posible que el debate de los transgénicos desapareciera tan rápidamente como sus esperados beneficios, los reales y los imaginados.

3 comentarios:

Bebita dijo...

Convocás a la inspiración más exquisita. Sos como una casona hidalga con su escudo antañón.

Anónimo dijo...

Tu artículo me parece muy interesante, y sobre el tema se podrían decir muchas cosas. Yo sólo apuntaré aquí unas cuantas que te has dejado en el tintero.
Muchas veces como científico me cuesta entender cómo son capaces de vendernos la moto, y además se supone que lo hacen en aras de progreso. Será el de sus cuentas bancarias, porque todos los demás salimos perdiendo, y los transgénicos sólo es la última vuelta de tuerca.
La agricultura siempre ha consistido en desplazar unas especies, malas hierbas, y sustituirlas por otras que cubrieran las necesidades de la gente quien las plantaba. Esto siempre ha tenido una repercusión negativa sobre el ecosistema. En otras palabras nos hemos ido apropiando de la fertilidad de la tierra. Pero en la mayoría de los casos no se superaba los umbrales que no permitieran a los campos recuperar, al menos en parte, su vitalidad. Tradicionalmente esto se hacía mediante el barbecho, estercolación (reciclando residuos orgánicos) o la alternancia de cultivos, usando fagáceas, por ejemplo, que permitía al suelo recuperar parte de los nutrientes perdidos. Con la llegada de los nitratos artificiales, se sustituyó el trabajo gratuito realizado por una bacteria, por la producción industrial que implica someter a grandes presiones y temperaturas nitrógeno e hidrógeno gaseoso (normalmente obtenidos de gas natural), luego la mezcla se calienta con petróleo, carbón o lo que fuera. Después hay que transportarlo a lugar en el que se aplique.
Este forma de actuar aumenta las toneladas de alimentos producido, pero lo que no nos han dicho que el contenido de eligoelementos ha caído en picado en los últimos años. En algunos de ellos más de 40%, esto significa que para conseguir la misma cantidad nuestro cuerpo necesita ingerir más del doble, que hace sesenta años, por lo que nos volvemos obesos. La carencia de selenio, magnesio, cobre...etc. Tiene graves repercusiones para la salud de la población desde aumento de las alergias, infecciones víricas, cáncer... y a eso lo llaman progreso.
Después aparecieron los pesticidas, aparentemente son una buena solución pero encierran un gran trampa. Una mariquita es capaz de devorar cada día 200 pulgones y los busca allá en donde se puedan esconder. Pero si tu fumigas la planta con pulgones con una dosis subletal para los pulgones, estos no se morirán, simplemente quedarán aturdidos e ligeramente intoxicados. Pero la mariquita que se los come recibe 200 veces la dosis de un pulgón. Con lo que una dosis suave para una plaga es mortal de necesidad para el depredador. Como los depredadores naturales son los primeros en desaparecer el uso de pesticidas a partir de entonces se vuelve imprescindible para todos los agricultores alrededor del campo fumigado De nuevo algo que la naturaleza hacía gratis por nosotros ahora tenemos que hacerlo gastando valiosos recursos. ...y a eso lo llaman progreso.
Además no se porque razón esotérica una sustancia que es capaz de matar a una “plaga” a nosotros no nos va a afectar, más hoy en día que sabemos que la mayoría de los organismos superiores compartimos los mismo genes.
Ahora estamos en la era de los transgénicos y esto es grave por muchos motivos. Para empezar porque una planta transgénica es capaz de soportar concentraciones altísimas de pesticidas. Para hacernos una idea con la introducción de la soja transgénica argentina está importando cada año cerca de 200 millones de litros de glifosato (Roundup) de Monsanto. Eso no sólo mata las plantas, deja el suelo esteril durante años, para cualquier cosa que no esa resistente al glifosato. Con lo cual el agricultor si quiere seguir produciendo algo tiene que seguir comprando semillas transgénicas. Además muchas de las variedades que se siembran son de alto rendimiento, que dejan sin nutrientes el suelo en muy poco tiempo. Esta alternativa da pequeños beneficios pero es la ruina a lo largo plazo. Ya que acaba con la fertilidad del suelo... y a eso lo llaman progreso.
En india ya vimos los miles de suicidios entre los campesinos que compraron esta tecnología:

http://www.youtube.com/watch?v=uw0rFb_u_UY

y a eso lo llaman progreso.


Saludos,
desencantado

Anónimo dijo...

Ya, llego tarde, cosas del trabajo... si bueno ese que paga la hipoteca... A lo que vamos, las tácticas corsarias de compañias como Monsanto no acaban en todo lo que atinadamente se explica aquí. Sus semillas "marcadas" solo pueden ser utilizadas por aquellos que firman leoninos contratos comprometiendose durante años y años y a veces generaciones a comsumir solo las semillas producidas por Monsanto. Pues bién, en los USA, misteriosamente, entre las miles de hectareas de cultivo de agricultores "independientes" (aclararé que independientes son aquellos que continuan con la tradición de seleccionar las mejores plantas y obtener de ellas las semillas para la temporada siguiente)de trigo, maiz, etc. aparecen plantas que Monsanto se encarga de demostrar que proceden de semillas de sus laboratorios, inmediatamente aquella cosecha queda paralizada por orden judicial hasta que se aclara si el agricultor esta usando ilegalmente semillas de Monsanto o si las semillas han caido en sus terrenos por arte de birli-birloque. Resultado, el agricultor pierde la cosecha y se plantea irse a casa y dedicarse al macramé o al año siguiente comprar las semillas de Monsanto.
Personalmente prefiero los sistemas de la camorra italiana o de la Organizatsiya, solicitando amablemente una ayuda a cambio de quemar el negocio o no partirte las piernas, pero los tiempos cambian y los metodos de extorsión también. Feliz travesía.

Alex Sánchez.