lunes, 2 de junio de 2008

Historias absurdas

Confusión e interpretación

Me contaba una conocida un hecho terrible. Una familia había perdido a su único hijo, un joven de veintiséis años, en un accidente de tráfico. Esta familia vivía en una pequeña ciudad, donde todo el mundo se conoce y hechos tan trágicos como éste nunca pasan desapercibidos.
El velatorio tuvo lugar en el domicilio familiar, una gran casa, de paredes gruesas y ventanas pequeñas. Sus habitaciones, salvo las principales, estaban siempre sumergidas en la penumbra. En este decorado, dos hermanos, un hombre y una mujer, acudieron al velatorio a presentar sus respetos a la familia del fallecido.
El hombre entró en una habitación, donde la penumbra le permitió distinguir, de forma precaria, un objeto, que dio por supuesto se trataba del féretro, y mientras se santiguaba, se arrodilló. Así lo encontró su hermana, que mostró gran extrañeza al ver a su hermano arrodillado y murmurando una oración ante una mesa vacia. Preguntó dos veces al penitente qué hacía y dos veces su hermano le exigió silencio por respeto al fallecido. A punto de sufrir un ataque de risa, la mujer buscó un lugar apartado lejos de las oraciones dirigidas a la mesa, para soltar la carcajada que se empezaba a acumular y amenazaba con estallar. Finalmente encontró el lugar que consideró adecuado. A diferencia del resto de estancias, ésta estaba bien iluminada y entró, sin saber que salía, mientras soltaba una gran carcajada. Ya era tarde cuando reparó que la supuesta habitación era un balcón y unos metros más abajo, unas cincuenta o sesenta personas quedaron atónitas ante la sonora, inoportuna e inadecuada manifestación de “dolor”. Pero esta mujer, que siempre fue una persona de recursos con un inusual talento para el teatro, tras un breve momento de vacilación se introdujo en la boca el pañuelo que llevaba en la mano, logrando con este sencillo truco, transformar la risa en lamento.
Tras unos instantes de confusión todo volvió a la normalidad, algunos de los presentes, contagiados por las muestras de desconsuelo que desde el balcón, transformado en escenario, se mostraban, rompieron también a llorar e incluso alguno, llevado por el exceso o la pena, cayó desmayado. A veces pasan estas cosas en los funerales. La tragedia y la comedia se unen, el dolor verdadero y el puro fingimiento se confunde, y al final ni los muertos saben si han de reír o llorar.

1 comentario:

Bebita dijo...

Qué lindo captás la meteorología de los setimientos. Me turbás.