domingo, 26 de julio de 2009

El fin del mundo

Estaba una tarde disfrutando del aburrimiento cuando el timbre del telefonillo sonó. Un tanto molesto, el aburrimiento debería ser sagrado, me levanté dispuesto a abrir la puerta de la calle al hijo de algún vecino o a un vendedor. No fue así, en cambio, del auricular salió una voz femenina, dulce y atractiva, preguntándome con mucho entusiasmo si quería sobrevivir al fin del mundo. Me quedé algo desconcertado, uno espera recibir una noticia de esta naturaleza a través de una voz tétrica y no con un entusiasmo encantador. Finalmente reaccioné y he de confesarlo, se me escapó una carcajada y contesté que no tenía excesivo interés en sobrevivir al fin del mundo, pero aún así le agradecía su oferta. Esto lejos de refrenar su vehemencia apocalíptica pareció alimentarla y me preguntó, con mucha educación, si podía abrirle la puerta para dejarme en el buzón un folleto explicativo. Y como los consejos nunca están de más y era una mujer con voz de ángel, no pude negarme.

Así acabó la conversación y mi momento de apatía. Más tarde bajé a buscar el folleto esperando encontrar alguna sugerencia interesante para las vacaciones que acababa de empezar. Al tiempo deseaba que las instrucciones no fueran excesivamente complejas, que no exigieran ponerse “cachas”, quizá estaría dispuesto a sobrevivir, siempre y cuando eso no significara acabar resoplando y con agujetas, ni por supuesto construir un bunker subterráneo, a mis vecinos les podría molestar que acabara en su comedor en un intento de buscar profundidad antes de empezar a construirlo.

Para mi desilusión aquel folleto era como otros tantos que te proponen una excursión para conseguir un jamón o una tabla de embutidos ibéricos. En este caso tenía que acudir a un encuentro religioso y allí me lo explicarían todo. La verdad me quedé muy decepcionado y sintiéndome un estúpido, entonces recordé una frase de Celine: “pero en el presente desconfiaba de las impresiones. Me habían cogido una vez por impresión, y ya no me seducirían con soflamas”. Y la próxima vez que alguien venga a mi puerta anunciando el fin del mundo, me dará igual que sea la voz de un ángel o la de un demonio, no pienso abrírsela.

1 comentario:

Fuentenebro dijo...

Bienvenidas de nuevo tus historias porque ellas sí que nos proporcionan ratitos de placer estival.
Je, je, limita esos momentos de placentero aburrimiento... y sigue escribiendo!!!
Supongo que a todos nos han parado en la calle o intentado entrar en casa esos mensajeros de la Apocalipsis. Imagino que no serán conscientes de que, si nos salvan a todos...no existirá tal fin del mundo. Pero si el fin del mundo llegase y tengo que sobrevivir sola con ellos y encima pretenden que me ponga ad aeternum esas faldas, esas blusas y esos terribles zapatones...Casi mejor le dejo mi sitio a otro. Seguro que lo merece más.