domingo, 29 de noviembre de 2009

Mayoría de edad

Seguramente muchos de nosotros, en algún momento de nuestra infancia, fuimos enviados a “jugar” a otra habitación para que los mayores pudieran hablar de “sus cosas”. La mayoría de las veces obedecías sin más trámite, pero en otras ocasiones remoloneabas porque sabías que algo se estaba cociendo y en esas circunstancias, a veces, te atrevías a protestar o a buscar una forma de escuchar la conversación, de la que, todo hay que decirlo, no te enterabas de nada. Al final debías resignarte y solo te quedaba el consuelo de que cuando crecieras tú también participarías de esas conversaciones o incluso tendrías las tuyas propias.

Pese a haber crecido y ya tener nuestro propio universo de conversaciones de “mayores” (la verdad no había para tanto), con demasiada frecuencia somos conscientes de que ese muro que nos excluía de algunas charlas continúa existiendo. Y pese a nuestra mayoría de edad, algunos “adultos” persisten en el mal hábito de tratarnos como a chiquillos y lo hacen de la peor manera posible, decidiendo en nuestro nombre y sin nuestro consentimiento, qué información nos conviene conocer y qué datos es mejor que permanezcan alejados del público en general. Unas veces son los Estados, que al amparo y con la excusa de los secretos oficiales, nos escatiman la verdadera historia de nuestras alcantarillas. Otras veces son las multinacionales, que ocultan algunas de sus prácticas productivas para preservar su imagen. Y la Ciencia, cómo no, también tiene sus zonas oscuras y su “índice de libros prohibidos” que excluye a aquellos científicos y teorías que disienten de las versiones o verdades oficiales.

Todo esto viene a cuento de lo ocurrido con el caso “Climategate”, el cual evidencia no solo que existe una parte de la comunidad científica que cuestiona la teoría oficial sobre el cambio climático, sino que también se trató de impedir que estos científicos pudieran publicar sus resultados. No es la primera vez, ni será la última, que investigaciones científicas alejadas de la “ortodoxia” son marginadas y condenadas al silencio. La historia está plagada de ejemplos y desde siempre han existido instancias interesadas en condicionar y controlar las opiniones de los ciudadanos. Desconozco los detalles y los datos científicos que han llevado a un grupo de especialistas a mostrarse escépticos con el cambio climático. Y por supuesto, el hecho de haber sido silenciados no da más valor a sus teorías. Tampoco se trata de tomar partido por un punto de vista u otro, ni siquiera de averiguar quién determina qué teorías son las políticamente correctas, ni qué intereses subyacen en esa denominación, sino del derecho de esos señores a plantear sus puntos de vista y del de los ciudadanos a tener acceso a ellos.

Si somos mayores de edad para pagar impuestos, también deberíamos serlo para poder formarnos una opinión sin necesidad de que ningún político, a nuestras espaldas, decida qué es lo mejor para nosotros. Ni tampoco necesitamos a un grupo de científicos, constituidos en Tribunal del Santo Oficio, que determine qué es lo que debemos saber. Y si ese descubrimiento equivale a llenarse de mugre al conocer las tropelías de los Estados dentro y fuera de sus fronteras o a equivocarse al aceptar una teoría científica, ese es nuestro derecho y es el precio que pagamos cuando alcanzamos la mayoría de edad.

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