martes, 3 de noviembre de 2009

Perros por leones

Dos deportistas que curtían sus cuerpos divisaron a lo lejos una leona. No corrían por el Serengueti, sino en la provincia de Castellón, donde parece ser que los leones son fieras tan cotidianas como los pelotazos urbanísticos. Si en ese momento les faltaba el resuello, lo recuperaron rápidamente y casi sin aliento, comunicaron a los cuatro vientos que una feroz leona rondaba los montes. Tras hacerse pública la noticia, muchos otros testigos confirmaron la información y las fuerzas del orden público, incluido un helicóptero, se movilizaron para dar caza a la fiera. Al final, ni leona ni león afeitado, aquella bestia parda solo era un perro mestizo que tuvo la mala suerte que uno de sus progenitores fuera de gran tamaño. Aquel animal había sido abandonado y se alimentaba de los desperdicios de una granja de pollos. La confusión finalmente acabo convirtiendo al pobre animal en un colador, lo cual dice mucho de su resistencia y muy poco de la puntería de sus cazadores,

Después de leer la noticia me preguntaba cuántas eran las posibilidades de que en la provincia de Castellón hubiera un león, aunque solo estuviera en visita turística, y pensé: más bien pocas o ninguna. Lo de que hubiera atravesado el Estrecho a nado quedaba descartado, porque los felinos, salvo el tigre, no tienen una especial predilección por el agua y de esto puedo dar fe. Tuve un gato persa, que tienen fama de tranquilitos, que cada vez que oía la palabra “baño” se ponía como una moto y se necesitaba un equipo de "geos" para bajarlo de los armarios de la cocina.

Una vez descartada el agua como vía de acceso o que la leona hubiera sido la mascota de Mark Spitz, eran pocas las opciones que quedaban. Quizá se hubiera escapado de un circo, pero el problema era que no había un circo en 400 km a la redonda, por lo tanto era improbable, que el felino, además de gato, fuera comando y hubiera podido cruzar media España sin que nadie reparara en él. También era posible que algún descerebrado, cansado o insatisfecho de gatos persas, romanos o de angora, hubiera decidido tener como mascota a uno de los mayores felinos del reino animal, y este, para evitar una desgracia, al oír la palabra baño, decidiera poner tierra de por medio. Sin embargo esta posibilidad la descarté rápidamente, nadie en su sano juicio mete a un animal de doscientos kilos con uñas y colmillos en su bañera y menos cuando el bicho en cuestión pone cara de “a ver si hay huevos”.

Así que una vez descartado lo probable exploré lo improbable y volví a los primeros testigos. Y me pregunte cuántas posibilidades había de que los deportistas tuvieran unos abdominales de lujo, pero una vista de mierda. O que los siguientes testigos del “avistamiento” no hubieran visto en su vida una leona, ni siquiera en un documental del National Geographic. Y la única conclusión posible, a la vista de los acontecimientos es que los testigos, a veces, son tan fiables como un niño jugando con dinamita. Seguramente me estoy pasando, pero tengo debilidad por los perros. De ellos, a diferencia de las personas, solo guardo buenos recuerdos. Ese perro, transmutado por la miopía y la ignorancia en felino se merecía algo mejor, no sé si un mejor dueño o unos testigos con vista más aguda y menos fantasía o unos verdugos con mejor puntería, pero desde luego se merecía algo mejor.

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