miércoles, 16 de abril de 2008

Mad World

Te regalo las horas que viví
Entre cuatro paredes junto a ti,
Quédate con mis recuerdos,
Yo me voy aun más lejos
Pues ya lejos estoy.
Cecilia. Amor de medianoche.
Una amiga, de aquellas que sabe que el mundo nunca cambiará pero que a pesar de todo aún tiene intacta su capacidad para indignarse y entristecerse, me contaba, entre arcada y arcada, que una mujer de ochenta y seis años sufrió un accidente cuando iba a pagar su cuota atrasada de la comunidad. Llevaron a esta mujer a su casa y descubrieron con estupor que hacía meses que no tenía luz, y que en la habitación donde dormía sólo había una hamaca. Entre lágrimas, ya sabemos qué pasa cuando el estómago trata de escapar, casi siempre atropella al corazón, afirmaba no poder entenderlo. A algunas personas a veces sin más se les abren las cicatrices y se ponen a llorar, que estúpidas son, siguen vivas y creen en la justicia. No puede concebir cómo alguien debe pasar sus últimos días en este mundo sola, acostándose entre techos y paredes desnudas. No entiende como alguien puede acabar su vida en una puñetera hamaca.
No quiere comprender, es difícil ser y sentirse persona, cómo nuestra comunidad es capaz de dormir cada noche satisfecha, cuando hay personas que pasan sus últimos días cobijados sólo por su propia memoria. No comprende cómo alguien puede sobrellevar la desangelada indiferencia de sus semejantes sólo abrigado por una raída manta. No comprende cómo alguien se puede ir sabiendo que sólo el hedor les garantizará una sepultura.
Sinceramente, ojalá hubiera podido darle una explicación, ojalá hubiera podido decir sin ninguna duda que esta soledad y desamparo en forma de anciana era sólo una excepción, un inevitable accidente en un país con más de cuarenta millones de habitantes. Ojalá mi abrazo hubiera sido suficiente para convencerla a ella, y a mí mismo, de que esa soledad sólo era un error del sistema.
No sé vosotros, pero yo hay días que me siento muy cansado. Cansado de no ver soluciones, sólo palabras, de no poder explicar nuestra indiferencia hacía el desamparo de nuestros semejantes, de ser testigo impotente de cómo el presente engulle nuestra memoria y la condena a dormir en una puñetera hamaca. Cansado de querer cambiar el mundo, pero dándome cuenta de que en esa grandiosa, pero improbable tarea, olvidamos algunos detalles.
Estoy cansado de mirar el futuro mientras nuestro pasado y presente se marchitan en miserables condiciones, mientras se desvanecen en discreta soledad, cuando ya ni esta es necesaria, mucho antes ya son invisibles. Joder que especie, joder que legado… ¿Y para esto bajamos de los árboles? Hay días que mataría por ser una piedra.

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