Cuentan que William Shatner, el inolvidable Capitán Kirk, espetó un “buscaros una vida” a un grupo de fans. Es inevitable no reconocer la dosis de crueldad del comentario, sin embargo no podemos despreciar su afilada certeza. Quizá siguiendo el consejo de este actor, quizá llevados por la insatisfacción o el simple deseo de vivir una aventura desde sus casas, algunas personas han buscado y encontrado una vida en esos mundos llamados virtuales, llegando a transformar esta ilusión en auténticas existencias paralelas capaces de condicionar e influir en sus decisiones, incluso una vez apagado el ordenador.
La esposa que solicitó el divorcio porque sorprendió al avatar de su marido requiriendo los servicios de otro avatar, en este caso una prostituta, solo es un ejemplo. La historia de esta pareja, todo hay que decirlo, es un tanto peculiar. Se conocieron a través de Internet, se casaron y más tarde repitieron la ceremonia en Second Life. En resumen, la virtualidad parece ser haber sido un componente esencial en su relación, hasta ser también determinante en el final de la misma. Evitando el sarcasmo, no por falta de ganas, sino por aquello de la tregua navideña, no puedo dejar de preguntarme cuál de los dos está peor. Si él, por pagar a un dibujo animado para masturbarse o ella, por extender las consecuencias de la traición al mundo real. Posiblemente hubiera sido más coherente que el herido avatar de la esposa hubiera solicitado el divorcio del infiel avatar del marido (lo sé y lo siento, parece un culebrón) es decir, restringir el conflicto al mundo virtual donde tuvo lugar.
Es en la decisión de la esposa donde encontramos la clave de todo este embrollo de avatares y de afectos heridos. La búsqueda de la tierra prometida es tan antigua como el propio deseo de la humanidad de alcanzarla y la tecnología ha puesto a nuestra disposición la posibilidad de construir un “yo” libre de todas nuestras carencias, que nos permitirá interrelacionarnos sin las limitaciones propias o auto-impuestas del mundo real. Esta opción es tan buena como cualquier otra, siempre y cuando conozcamos la diferencia entre buscar y fugarse. Tampoco podemos olvidar una cuestión esencial: nuestra naturaleza humana nos acompañará allí donde vayamos. Podemos construirnos una identidad, participar en un universo de héroes y villanos, de apuestos príncipes y bellas princesas, pero el corazón es el mismo en todas partes y si no andas con cuidado siempre te lo acaban rompiendo.
Quizá si algunos dedicaran menos dinero a irse de putas virtuales y más tiempo al cine, hubieran descubierto gracias a “Horizontes perdidos”, que vivir feliz y sin envejecer en Shangri-la es posible, siempre y cuando estés dispuesto a convertirte en un prisionero en el paraíso.
Es en la decisión de la esposa donde encontramos la clave de todo este embrollo de avatares y de afectos heridos. La búsqueda de la tierra prometida es tan antigua como el propio deseo de la humanidad de alcanzarla y la tecnología ha puesto a nuestra disposición la posibilidad de construir un “yo” libre de todas nuestras carencias, que nos permitirá interrelacionarnos sin las limitaciones propias o auto-impuestas del mundo real. Esta opción es tan buena como cualquier otra, siempre y cuando conozcamos la diferencia entre buscar y fugarse. Tampoco podemos olvidar una cuestión esencial: nuestra naturaleza humana nos acompañará allí donde vayamos. Podemos construirnos una identidad, participar en un universo de héroes y villanos, de apuestos príncipes y bellas princesas, pero el corazón es el mismo en todas partes y si no andas con cuidado siempre te lo acaban rompiendo.
Quizá si algunos dedicaran menos dinero a irse de putas virtuales y más tiempo al cine, hubieran descubierto gracias a “Horizontes perdidos”, que vivir feliz y sin envejecer en Shangri-la es posible, siempre y cuando estés dispuesto a convertirte en un prisionero en el paraíso.
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