Si su actividad se redujera a los ingenuos hace tiempo que su profesión hubiera desaparecido. Los timadores no pueden limitar a los incautos su campo de operaciones; su mejor aliado ha sido y siempre será la ceguera de los estafados, demasiado ocupados en saciar su codicia y calcular sus futuros beneficios como para percatarse del engaño. En este sentido, el timador tiene las artes de un prestidigitador, ya que con una mano nos distrae mientras que con la otra nos vacía la cartera.
La duración del engaño puede ser corta o larga, pero invariablemente siempre acabamos descubriendo que las “estampitas” no eran billetes y los fabulosos rendimientos ofrecidos solo una quimera financiada con nuestro dinero y el de otros incautos. Es entonces cuando surge otro de los grandes aliados del timador: el silencio derivado del temor al ridículo. Y no les falta razón, porque en estas estafas, especialmente las de larga duración como la del Sr. Madoff, interviene un importante componente afectivo, un intenso efecto hipnótico que nos lleva incluso a olvidar una de las primeras premisas cuando hay dinero de por medio, que es no confiar ni en nuestras madres.
Ahora los estafados, los principales perjudicados, son miembros de la “aristocracia financiera”, siendo los mismos que durante años han hecho su agosto gracias a la falta de controles y a la absoluta desidia de las autoridades reguladoras. No voy a sentir lástima por esta gente. Las circunstancias que tan hábilmente aprovecharon durante todo este tiempo se les ha vuelto en contra. La vida es así de chistosa y uno debe aceptar estas ironías con resignación.
Me preocupan más quienes perdieron sus pensiones en la quiebra de Enron o los pequeños ahorradores que de buena fe y siguiendo los consejos de “expertos” depositaron su dinero en entidades de reconocido prestigio y fueron testigos de cómo se evaporaba. Si por alguien he de sentir compasión es por los muchos millones de personas que pasaron hambre por la salvaje elevación del precio de los alimentos, empujados por la especulación y la codicia de inversores solo interesados en incrementar sus beneficios al margen de cualquier otra consideración. Sí, el Sr. Madoff es un estafador, pero no tengo muy claro si sus clientes eran mejores que él. En este caso la línea de separación entre el timador y los timados es muy delgada.
La duración del engaño puede ser corta o larga, pero invariablemente siempre acabamos descubriendo que las “estampitas” no eran billetes y los fabulosos rendimientos ofrecidos solo una quimera financiada con nuestro dinero y el de otros incautos. Es entonces cuando surge otro de los grandes aliados del timador: el silencio derivado del temor al ridículo. Y no les falta razón, porque en estas estafas, especialmente las de larga duración como la del Sr. Madoff, interviene un importante componente afectivo, un intenso efecto hipnótico que nos lleva incluso a olvidar una de las primeras premisas cuando hay dinero de por medio, que es no confiar ni en nuestras madres.
Ahora los estafados, los principales perjudicados, son miembros de la “aristocracia financiera”, siendo los mismos que durante años han hecho su agosto gracias a la falta de controles y a la absoluta desidia de las autoridades reguladoras. No voy a sentir lástima por esta gente. Las circunstancias que tan hábilmente aprovecharon durante todo este tiempo se les ha vuelto en contra. La vida es así de chistosa y uno debe aceptar estas ironías con resignación.
Me preocupan más quienes perdieron sus pensiones en la quiebra de Enron o los pequeños ahorradores que de buena fe y siguiendo los consejos de “expertos” depositaron su dinero en entidades de reconocido prestigio y fueron testigos de cómo se evaporaba. Si por alguien he de sentir compasión es por los muchos millones de personas que pasaron hambre por la salvaje elevación del precio de los alimentos, empujados por la especulación y la codicia de inversores solo interesados en incrementar sus beneficios al margen de cualquier otra consideración. Sí, el Sr. Madoff es un estafador, pero no tengo muy claro si sus clientes eran mejores que él. En este caso la línea de separación entre el timador y los timados es muy delgada.
1 comentario:
Pos vale, d'acuerdo!
(Bisente)
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