jueves, 17 de septiembre de 2009

Si vis pacem, para bellum

Haciendo zapping con mucha desgana acabé en un canal que emitía un documental. No trataba sobre leones persiguiendo cebras, ni iba de cocodrilos emboscados en el Masai Mara esperando capturar a algún ñu despistado. El documental en cuestión iba de armas, de nuevos desarrollos que incrementaban su potencia, su capacidad destructora y precisión. Un presentador entusiasmado y un inventor muy satisfecho de sí mismo, presentaban un nuevo tipo de explosivo, el cual seguramente no había sido desarrollado para voladuras en minas o canteras. Esta afirmación, por supuesto, no la hago porque sea un experto en la materia, sino simplemente porque en la demostración utilizaron unos maniquís, los cuales, todo hay que decirlo, quedaron muy maltrechos, y evidentemente esto fue motivo de celebración para todos, incluso yo lancé un “¡hurra!” al ver como aquellos sucios monigotes de plástico quedaban descabezados y desmembrados. De hecho y lo confieso con algo de vergüenza (la justa para que no me consideréis un salvaje), con cada nuevo invento que presentaban aumentaba mi interés. Hasta el punto de que acabé contagiado del entusiasmo del presentador y los inventores. Incluso, llevado por un arrebato épico, llegué a ponerme de pie sobre el sofá y arrastrado por la pasión canté el God Save the Queen, Barras y Estrellas, la Marsellesa e incluso tararee la Marcha Real.

Después de un tiempo, más calmado y casi afónico, preocupado por la impresión que mi frenesí podría haber causado en mis vecinos, quienes seguramente estarían escondidos en algún rincón preguntándose qué tipo de chalado vivía en el piso de al lado, caí en la depresión. ¡Mierda! pensé. Este país no fabrica aviones, los tanques son alquilados y los misiles de largo alcance ni mentarlos. No formamos parte de ese selecto grupo de naciones que diseñan, venden y compran armas capaces de arrasar una ciudad en unos pocos segundos y llevarse por delante a varios millones de personas.

Me sentí muy decepcionado y buscando consuelo me dirigí al moderno oráculo de google. Después de un rato leyendo, sin llegar a haberme recuperado de mi decepción, sí al menos quedé algo más tranquilo. Nuestro país no era gran cosa en lo relativo a armas sofisticadas, pero nuestro esfuerzo, siendo humilde, no dejaba de ser fundamental para la guerra. Producíamos balas, granadas y minas anti-persona, justo el tipo de equipamiento que se puede permitir cualquier guerrilla de desarrapados o cualquier gobierno empeñado en limpiezas étnicas. Nosotros, y otros como nosotros, éramos los verdaderos protagonistas de todas las guerras donde se matan los pobres. Gracias a nosotros, miles de niños crecerán sin alguna de sus piernas o brazos. Gracias a nuestras balas, gobiernos corruptos y miserables exterminaban sin compasión a quien se interponía en sus planes. Joder, que relajado me quedé cuando supe que mi país también tenía un papel, y no menor, en la carnicería.

Decidí encender un cigarro, como en las películas después de un buen polvo. Entonces reparé en que esa tarde esperaba visita y opté por apagarlo, no quería que el humo de mi cigarro pudiera causarle tos a nadie. Mi altruista, desinteresada y solidaria conducta incrementó la buena opinión que por lo general tengo de mí mismo. Y esa noche dormí en paz, como un niño que conserva todas sus extremidades y desconoce la guerra.

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