miércoles, 27 de octubre de 2010

En el principio era el Verbo

En el principio era el Verbo y el Verbo era en Dios, y el Verbo era Dios. Esto era en el principio,en Dios, y el monje fiel debería repetir cada día con salmodiante humildad ese acontecimiento inmutable cuya verdad es la única que puede afirmarse con certeza incontrovertible.

Umberto Eco. El nombre de la rosa.


La estrategia de criminalizar como fórmula para devaluar cualquier movimiento social que cuestione las directrices y consignas del neoliberalismo, se ha convertido en algo habitual. Los primeros en ser desdibujados por el expeditivo método de ser tachados de “violentos”, fueron los movimientos antiglobalización. Su coherente denuncia de los efectos perversos del un capitalismo salvaje a escala global, sin fronteras políticas ni jurídicas que lo contuvieran, las claras advertencias del desastre social, humano y ecológico, no solo fueron desatendidas, sino que sus miembros fueron criminalizados y sus reivindicaciones reducidas a explosiones de violencia incontrolada orquestadas por radicales o tipos que cobraban por serlo (la figura del revienta manifestaciones es tan antigua como las mismas manifestaciones). Fue irrelevante que las mentes más lúcidas de nuestro siglo suscribieran el rechazo a una globalización injusta, así como que la inspiraran intelectualmente. Al final las imágenes de los telediarios solo mostraban escaparates rotos, coches quemados y policías repartiendo palos (supongo que para disuadir a otros de sumarse a tan absurdo movimiento).

No tienen suficiente con ordenar a su capricho e interés las relaciones económicas del planeta, también exigen nuestro asentimiento, controlar nuestras reacciones, en definitiva, que aceptemos el saqueo sin rechistar. Se atreven a llamar violentos a quienes salen a la calle tratando de resistirse a las consignas del “Gran Hermano”: eficiencia, competitividad, mansedumbre. Hasta la palabra les molesta. Califican de violentos a los sindicalistas, de salvajes a los estudiantes, de poco realista a cualquiera que se atreva a cuestionar los postulados del nuevo mundo, ese lugar extraño e inhóspito dónde la medida de todas las cosas ya no es el hombre, sino el beneficio. Los que amartillan misiles, arrasan aldeas, torturan a prisioneros de guerra y aplauden el despido preventivo de miles de trabajadores solo para saciar la codicia de los accionistas. Ellos que destrozan vidas, destruyen familias y queman ilusiones tienen la desfachatez de acusar de violentos a quienes aún tienen el suficiente sentido común para protestar contra lo que a todas luces es un despropósito, un callejón sin salida en términos económicos y sociales.

No son solo días extraños, sino también salvajes. El feroz dinero consume a los hombres, los destructores de mundos y hacedores de infiernos no tienen suficiente con reducirnos a simples fichas de su inmenso juego de monopoli, quieren controlar las palabras y su significado. Saben que quien controla el verbo define el mundo, modela la realidad. Y si alguien pretende replegarse a los bosques para desde allí golpear rápido y duro, que se olvide. El Bosque de Sherwood, símbolo universal de la resistencia, de la lucha del débil contra el fuerte, refugio de proscritos y soñadores, será vendido. Son seres voraces, no tienen suficiente con apropiarse de nuestro futuro, de nuestras retinas, sino que también quieren dominar los bosques y colinas imaginarios, los espacios donde se gestan todas las rebeliones. Ahora volvamos a nuestros televisores y oigamos las palabras que todo siervo fiel deberá escuchar cada día con salmodiante humildad: "No le ocurre nada a su televisor. No intente ajustar la imagen. Ahora somos nosotros quienes controlamos la transmisión. Controlamos la horizontalidad y la verticalidad. Podemos abrumarle con miles de canales o hacer que una simple imagen alcance una claridad cristalina, y aún más. Podemos hacer que vea cualquier cosa que conciba nuestra imaginación”. Toda resistencia es fútil.

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