jueves, 14 de octubre de 2010

La función debe continuar

Una avalancha de lodo rojo, lo suficientemente ácido para arrancar la piel a sus víctimas, inundó un área de cuarenta kilómetros cuadrados llegando a alcanzar el Danubio, un río del que beben veinte millones de personas. Seguramente la zona afectada tardará años en recuperarse, posiblemente en un plazo relativamente corto el paisaje recuperará un engañoso y peligroso aspecto de normalidad pero muchas de las sustancias tóxicas permanecerán en el suelo durante décadas. De forma discreta perjudicarán la salud de miles de personas mientras las autoridades, expertas en negar lo obvio, garantizarán que ese líquido inodoro, incoloro e insípido llamado agua, transformado ahora en un caldo espeso de invisibles metales pesados, no tendrá ningún efecto sobre la salud. Sostendrán que el polvo de la tierra contaminada, arrastrado por el viento, será inofensivo incluso cuando la evidencia demuestre que respirarlo equivalga a inspirar vidrio molido.

La lista de desastres ecológicos es larga: cuando no es un petrolero es una plataforma que se incendia, una presa que revienta tras acumular millones de litros de veneno o un reactor nuclear que se calienta lo suficiente como para fundir el acero. Tantas veces se ha repetido la escena que ya conocemos el resto de la historia, a fuerza de reiteración hemos logrado conocer de memoria los diálogos y las excusas habituales en este tipo de comedias, incluso adivinamos el final, lo cual no solo resta interés a la historia, sino que también desluce la magistral interpretación de sus personajes. Saber de antemano que los responsables vivirán impunes y felices, que nunca pagarán por sus delitos ni sus balances serán contaminados por la indeleble huella de multas millonarias, resta fuerza a la representación. Pero ya se sabe, llueva o truene, la función debe continuar y para el resto de los mortales, como dicen los actores entre bambalinas: mucha mierda.

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