jueves, 21 de octubre de 2010

Prisioneros del anonimato

Treinta y tres hombres permanecieron atrapados en una mina durante casi setenta días. Si esos mineros no hubieran tenido familias, amigos y a todo un país empeñado en rescatarlos, su suerte hubiera sido muy diferente. Si su destino hubiera dependido de la empresa, la misma que los envió a trabajar a las profundidades de la tierra incumpliendo las normas de seguridad, el final sería otro. Ésta posiblemente se habría limitado a calcular el coste del rescate, asumir que le resultaba más rentable pagar indemnizaciones (eso si alguna vez llegaba a pagarlas) y a escarbar un poco la tierra para salvar las apariencias. Por suerte, a diferencia de otros accidentes que tienen lugar en la mina, en esta ocasión se transformó en un fenómeno mediático global que cambió el destino de treinta y tres hombres.

Si estos trabajadores fueron salvados por la preocupación de los familiares, la solidaridad ciudadana, la tecnología de la NASA, el oportunismo político o el interés mediático, es una cuestión que cada uno debe resolver por su cuenta, y esta conclusión inevitablemente dependerá de nuestra fe en la naturaleza de los seres humanos. La cuestión es que a diferencia de otras situaciones, los focos han convertido lo que fue un trágico accidente en un circo. No cabe duda de que la historia reúne todos los componentes para un buen guion: pasiones desatadas en la superficie y atrapadas en el subsuelo, una situación aparentemente insuperable, un gran despliegue de medios técnicos, unos hombres que han trabajado ininterrumpidamente para poder rescatarlos y lo más importante, un “happy end” que ha dado sentido a toda la historia. No pretendo menospreciar la preocupación, ni mucho menos el esfuerzo realizado para traerlos de nuevo a la superficie, pero elevarlos a los altares de la épica ya me parece pasarse de la raya.

Es cierto, estos hombres han sufrido una experiencia extraordinaria y a diferencia de otros miles de mineros (en China solo en el 2009 y en los yacimientos de carbón murieron 2600), han podido vivir para contarla. En el fondo y repito, sin menospreciar su padecimiento, son tipos afortunados, mucho más que los cientos de trabajadores que cada día pierden la vida en accidentes laborales y sobre los que casi nadie repara. Pocos periodistas ponen palabras que expliquen la ausencia ni sus causas, y nadie monta un carnaval mediático cuando un albañil cae de un andamio, un camionero se sale de la carretera o una máquina arranca la vida de su operador. Sobre estas muertes solo quedan estadísticas, datos prisioneros del anonimato. Y seguramente a las familias de estos trabajadores los héroes les traen sin cuidado, hubieran tenido suficiente con que sus seres queridos hubieran sido simples supervivientes.

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