martes, 10 de julio de 2012

Paseando su arrogancia

De forma repetida he expuesto las similitudes de la actual crisis con la Gran Depresión. Sus causas son casi análogas, las recetas que aplican nuestros gobiernos parecen una copia literal de las aplicadas en aquel momento y por supuesto, los resultados serán igualmente desastrosos. Sin embargo hay un hecho, casi de naturaleza anecdótica, que marca una diferencia sobre la que quizá convendría reflexionar. En el 29 las ventas de los coches de lujo cayeron en picado, no solo porque el número de “millonarios” se redujo, sino sobretodo, porque quienes aún mantenían sus fortunas, optaban por disimular su condición de ricos. Interpretar si esta decisión fue resultado de la discreción, de la vergüenza o del miedo, es una cuestión menor, lo realmente importante es que hubo un tiempo en el que un gran número de ciudadanos pasó hambre, y los ricos consideraron oportuno ocultar su opulencia.

Hace un tiempo, leyendo sobre la caída en la venta de coches, reparé en un detalle, todos los segmentos de automóviles reducían sus ventas salvo el de los coches de lujo. Así a primera vista, el dato parece carecer de importancia, aunque tengo la impresión de que revela parte de una triste realidad, que los privilegiados de nuestros tiempos no tienen o bien la vergüenza o el sentido común de sus antecesores. Les importa muy poco el sufrimiento de las personas y se sienten lo suficientemente seguros para pasear, sin disimulos, su arrogancia por las calles de nuestras ciudades, mientras muchos pasan penalidades.

Dicen que los pueblos tienen los gobiernos que se merecen, no sé si esa afirmación es correcta o no, aunque sí tengo claro que cada sociedad tiene los ricos que se merece. Podemos echar pestes de banqueros indecentes, de políticos cómplices o complacientes y de inversores desquiciados por la codicia, pero al final la única conclusión posible es que su condición solo es posible gracias al resto de los mortales. Nos envían a la guerra y desfilamos llenos de orgullo camino del matadero, nos toman el pelo y les rendimos pleitesía, roban nuestro futuro y envidiamos su astucia, nos vacían los bolsillos y lamentamos que no se nos haya ocurrido la idea antes a nosotros. De verdad, no tengo nada claro si ellos son muy listos o nosotros unos completos gilipollas, o que tanto unos como otros hemos perdido la virtud de la mesura.

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