domingo, 15 de julio de 2012

!Qué se jodan!

Si efectivamente hay que hacer sacrificios para el progreso de la humanidad, ¿No resulta esencial atenerse al principio de que los mismo sacrificados deben tomar la decisión? Todos podemos decidir sacrificar algo propio, pero¿tenemos el derecho a echar a la pira mortuoria a los hijos de los demás, o incluso a nuestros propios hijos, en aras de un progreso que no resulta ni la mitad de claro o tangible que la enfermedad o la salud, la vida o la muerte?

Howard Zinn. La otra historia de los Estados Unidos.


Si este país tuviera una tasa de desempleo del 3% y si en el mercado de trabajo la oferta superara a la demanda, tendría sentido justificar la reducción de la cuantía de la prestación de desempleo para estimular la búsqueda de un trabajo. Lamentablemente este no es el caso, y cuando la mencionada tasa en nuestro país ronda el 25%, el comentario queda reducido a una simple consigna ideológica, con nulo valor empírico, destinada exclusivamente a la bancada de los afines, hermanados por la pobreza intelectual y moral de quien nunca se ha tomado la molestia de mirar sobre quien meaba.

El ! Qué se jodan! de esa diputada, hija de un cacique provincial imputado en varios delitos cuya instrucción parece estar en coma, solo expresa un sentir. Resume de forma castiza, la clasista y despreciativa interpretación que de sus semejantes hacen los privilegiados. Unos privilegiados que hablan del esfuerzo de oídas, hijos de una casta de vividores acostumbrados a mandar sin dar explicaciones, a tratar a sus semejantes como simple servidumbre, y para quienes la igualdad queda restringida a un reducido y exclusivo circulo social formado por amiguetes y amigotes con quienes comparten negocios y matrimonios. Son endógenos en lo biológico y un claro ejemplo de fisión binaria en lo ideológico. Sus ideas se transmiten de padres a hijos sin apenas alteración. Solo unos pocos, y en contadas ocasiones, se toman la molestia de observar la vida que transcurre en los rincones de sus salones, en las sombras que los destellos de sus egos no son capaces de vencer. En definitiva, su único objetivo en esta vida parece ser el ser felices, comer perdices y ocultar sus barrabasadas bajo toneladas de hipocresía así como el dinero del saqueo bien resguardado, mientras algún amiguete o amigote les apaña una amnistía fiscal.

Ahora vamos a suponer que este país, al que algunos llaman Españistán y otros Absurdistán, harto de tanto despropósito y saqueador con modos de meapilas, decidiera liarse la manta a la cabeza y salir a la calle para solucionar los problemas al estilo jacobino, esa tradición que durante un tiempo llevó de cabeza a la nobleza francesa. Imaginemos que un ficticio tribunal popular, tan ecuánime y respetuoso con los derechos de los procesados como lo fueron los tribunales militares con los republicanos tras la guerra civil, decidiera condenar a uno de los tipos que convirtieron el Congreso de los Diputados en un tablao, a una larga condena de cárcel por el absurdo, aunque posiblemente bien motivado, delito de traición al pueblo. Supongamos que al oír la sentencia, la masa inculta, asilvestrada, fanatizada y resentida (así sería calificada por los medios de comunicación conservadores de todo el mundo) interrumpiera la lectura de la sentencia con hurras, aplausos, vitores y algún que otro “qué se jodan”, seguramente sería un espectáculo lamentable, aunque no sé si alguien se atrevería a calificarlo de incompresible.

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