lunes, 25 de enero de 2010

El precio de un anhelo

El terremoto de Haití no solo ha mostrado la realidad de un estado desarticulado incapaz de atender las necesidades más elementales de sus ciudadanos, sino también una sociedad desestructurada cuyas principales victimas eran los niños. Antes de la catástrofe había en aquel país seiscientos orfanatos, dato que revela un alto índice de abandono de menores. El terremoto destruyó casi la mitad de esos centros y cientos de niños, una vez perdido el único cobijo que tenían, se vieron condenados a vagar entre las ruinas convirtiéndose en víctimas fáciles de sus compatriotas y también de ciudadanos de otras naciones, que han llevado demasiado lejos su deseo de ser padres y están dispuestos a pagar lo que sea y a quien sea con tal de conseguir un hijo.

No sé quien dijo que en este mundo lo que sobran son hijos, lo que realmente hacen falta son padres y el gran número de niños abandonados corrobora esta afirmación. Muchas veces me he preguntado cómo es posible que auténticos irresponsables traigan al mundo hijos con, aparentemente, el único fin de desatenderlos o desgraciarles la vida mientras otras parejas, con sobrados recursos afectivos para criarlos y educarlos, ven frustrado su anhelo de tener hijos y no les queda más remedio que acabar confiando su deseo de paternidad a la lenta maquinaria burocrática de la adopción. Después de años de espera y de pruebas para comprobar la idoneidad de los futuros padres quizá entonces puedan tener un niño.

Pero el ser humano es un animal de recursos y, allí donde existe una demanda, el mercado se encargará de atenderla siempre y cuando, claro está, puedas pagarla, tengas pocos escrúpulos y tus deseos te impidan hacer demasiadas preguntas. Esa es la tragedia de las adopciones en las que media un beneficio económico, nuestros anhelos nos cierran los ojos y no somos conscientes de que con toda nuestra buena fe acabamos poniendo precio a una vida humana y sinceramente, no sé si esa es la mejor manera de iniciarse en la paternidad.

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