viernes, 22 de enero de 2010

Por favor doctor...

Llevaba semanas pensando que el mundo había cambiado. Leía y releía noticias tratando de encontrar alguna que me indignara o sorprendiera lo suficiente como para escribir una entrada, pero las palabras se mostraban esquivas. Después de invertir muchas horas en observar las sutiles diferencias que había entre las baldosas de mi casa, llegué a la conclusión de que al mundo no le pasaba nada, continuaba tan jodido como siempre. El problema lo tenía yo. En ese momento empecé a preocuparme y decidí seguir el consejo de una canción de Sabina y acudir al médico para que me devolviera mi depresión. De la consulta del buen doctor saqué poco en claro y como no fue capaz, ni de darme una explicación ni de deprimirme, me extendió una receta, obligándome durante dos semanas a ver todos los días los informativos de la televisión y si en ese tiempo no empeoraba mi estado de ánimo, que volviera a visitarlo.

Pronto acabaré el tratamiento que he seguido a rajatabla y no ha sido todo lo efectivo que yo esperaba. Las imágenes que he visto durante estas dos semanas ciertamente han logrado deprimirme, pero aún así continuo siendo incapaz de escribir sobre las personas que han perdido lo poco que tenían, ni sobre una naturaleza que parece empeñada en descargar su furia sobre los más débiles y desprotegidos. Ni tampoco sobre los carroñeros que al olor de la carne en descomposición acudieron a Haití en busca de niños, aprovechando la confusión y el desconcierto para sacarlos del país, vete tú a saber con qué intenciones y destino. Así que me temo que el problema es más serio de lo que pensaba al principio y no se solucionará con una depresión pasajera. A lo mejor lo que pasa, tanto a mí como a muchos otros, es que tanta indignación e impotencia nos han dejado sin palabras.

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