domingo, 31 de enero de 2010

Un año de pragmatismo

Seguramente el mayor éxito del "New Deal" no fue de carácter económico. Residió en la capacidad de devolver la ilusión a una sociedad desalentada y de reunir "talento" en torno a ese proyecto. Los "cien primeros días" de la administración de Roosevelt fueron, en términos legislativos, un auténtico torbellino que como mínimo tuvo la virtud de romper la parálisis de su antecesor en la presidencia, quien condicionado por criterios ideológicos, la única respuesta que supo dar a la Depresión de 1929 fue esperar a que esta se resolviera por si sola.

Roosevelt en su momento fue tachado de fascista, de comunista, de tullido y también de homosexual. Su propia clase social, a la que salvó del desastre que su codicia había provocado, lo convirtió en la quinta esencia del mal gobierno y no reparó en medios para desacreditarlo. Pese a toda esta presión no solo sobrevivió en términos políticos, sino que también se convirtió en una de las figuras más importantes del siglo XX. Su administración, pese a los discretos logros económicos, tuvo "alma" (seguramente la de Eleonor Roosevelt). Supo que los ciudadanos estadounidenses no solo necesitaban recuperar sus empleos, sino también que era imperioso restituir la dignidad, la autoestima y la esperanza.

Hace un año, Barack Obama accedió a la presidencia de los EEUU en unas circunstancias económicas y sociales que guardaban preocupantes similitudes con la depresión de 1929. La ilusión de su mensaje trascendió las fronteras de los EEUU y en una inesperada consecuencia de la "aldea global" muchos habitantes de este planeta lo asumieron como propio. Durante estos meses ha tenido que soportar duros ataques teñidos en su mayoría de racismo. Desde líderes religiosos hasta actores impresentables como Chuck Norris, han cargado contra su presidente sin reparar en medios ni en adjetivos. Era previsible que el conglomerado económico y socio-religioso que había dictado las políticas de Bush y se había beneficiado de ellas, no se retiraría en silencio, esto era algo inevitable. Lo preocupante es que un año después, las principales víctimas de la administración Bush y de la crisis, empiezan a dar la espalda a Obama.

Obama prometió un cambio y este se demora. Los ciudadanos no ven mejorar su situación económica, mientras los artífices del desastre, una vez recuperados gracias al dinero público, han renovado los gestos de arrogancia y codicia. Lamentablemente en esta situación la tibieza política sirve de bien poco. Obama tendrá que iniciar una guerra, de incierto resultado, para meter en cintura a los bancos y ese monstruo descontrolado en el que se ha convertido el mundo de las finanzas. Y tendrá que hacerlo pronto, antes de que su crédito electoral se agote, la ilusión se desvanezca y su administración, empantanada en el pragmatismo, pierda el “alma”.

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