Las ciudades y sus gentes cambian, las palabras y los discursos se adaptan a los nuevos tiempos, pero la estupidez es eterna y la destemplanza de algunos, inmutable. Para el Presidente del Congreso es irrespetuoso exhibir una bandera republicana en el parlamento, según él, esta bandera no es un símbolo legal. Quizá este presidente a fuerza de susurrar a los caballos ha olvidado sus modales para quienes pese a la evidencia de la derrota, el miedo y la represión, continuaron luchando por la libertad. Él ha olvidado que quizá esas personas encontraron en una República marchita y su bandera el único consuelo ante el exceso y el envilecimiento de los conquistadores.
Si fuera jurista quizá podría poner en duda la afirmación sobre la ilegalidad de la bandera republicana, fundamentándola, conforme a derecho. Pero incluso yo, un auténtico profano en la materia, sospecho que hasta 1978, año en que los españoles aprobaron en referéndum la Constitución, la República fue el único régimen político legítimo. Otra legitimidad muy diferente, conviene no confundirlas, es la derivada del derecho de conquista y el uso que hicieron los vencedores de su fuerza para situar fuera de la ley a todos aquellos símbolos, instituciones y personas que tuvieron la “desfachatez” de oponerse al golpe militar del 18 de julio de 1936.
Quizá algunos ciudadanos, enquistados en consignas y antiguos rencores, compartan y aplaudan la severidad de este presidente del Congreso. Siguen aferrados a la "historia oficial", esa que definió la guerra civil como una cruzada. Él, en su inconsciencia o en su subconsciencia les ha dado alas, excluyendo e “ilegalizando” a muchos de sus compañeros de partido que dieron la vida por la libertad, que dieron con sus huesos en la cárcel para que algunos tarugos acaben dando la razón a quienes de la historia han hecho un cuento chino y del sufrimiento de millones de personas un justo castigo.
Lo peor de todo es que su dureza y destemplanza era innecesaria. Muchos pertenecemos a esos colores simplemente por la insoportable y molesta costumbre de tener el corazón hipotecado por viejos afectos. Por la sencilla razón de haber querido a quienes defendieron una república que seguramente sólo existió en sus corazones e ilusiones. Nuestras razones para permanecer en ese lado de la memoria, la que aún continúa oculta en cunetas y fosas comunes, tiene muy poco de reivindicación política y sí mucho de dignidad y justicia. Así que pese al empecinamiento de los victoriosos cruzados y a sus inesperados voceros, continuaré pensando o deseando que la historia, da igual quién la redacte, sólo es historia cuando también la firman las víctimas.
Si fuera jurista quizá podría poner en duda la afirmación sobre la ilegalidad de la bandera republicana, fundamentándola, conforme a derecho. Pero incluso yo, un auténtico profano en la materia, sospecho que hasta 1978, año en que los españoles aprobaron en referéndum la Constitución, la República fue el único régimen político legítimo. Otra legitimidad muy diferente, conviene no confundirlas, es la derivada del derecho de conquista y el uso que hicieron los vencedores de su fuerza para situar fuera de la ley a todos aquellos símbolos, instituciones y personas que tuvieron la “desfachatez” de oponerse al golpe militar del 18 de julio de 1936.
Quizá algunos ciudadanos, enquistados en consignas y antiguos rencores, compartan y aplaudan la severidad de este presidente del Congreso. Siguen aferrados a la "historia oficial", esa que definió la guerra civil como una cruzada. Él, en su inconsciencia o en su subconsciencia les ha dado alas, excluyendo e “ilegalizando” a muchos de sus compañeros de partido que dieron la vida por la libertad, que dieron con sus huesos en la cárcel para que algunos tarugos acaben dando la razón a quienes de la historia han hecho un cuento chino y del sufrimiento de millones de personas un justo castigo.
Lo peor de todo es que su dureza y destemplanza era innecesaria. Muchos pertenecemos a esos colores simplemente por la insoportable y molesta costumbre de tener el corazón hipotecado por viejos afectos. Por la sencilla razón de haber querido a quienes defendieron una república que seguramente sólo existió en sus corazones e ilusiones. Nuestras razones para permanecer en ese lado de la memoria, la que aún continúa oculta en cunetas y fosas comunes, tiene muy poco de reivindicación política y sí mucho de dignidad y justicia. Así que pese al empecinamiento de los victoriosos cruzados y a sus inesperados voceros, continuaré pensando o deseando que la historia, da igual quién la redacte, sólo es historia cuando también la firman las víctimas.
1 comentario:
Tenés renovación de conquista, la podés mancomunar para lograr propósitos importantes. Podés modificar el tono de estas jornadas por sobre la media con esta andanada de acontecimientos.
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