Los ministros de trabajo de la UE aprobaron una directiva que supone ampliar a 65 horas la jornada laboral semanal. Ya puestos podían haber sido 69, al menos los trabajadores no tendríamos la impresión de que siempre se da por culo a los mismos y que nosotros también participamos de la fiesta neoliberal que, a nuestra cuenta y sin preguntar por nuestras preferencias, algunos se corren en Bruselas.
Esta directiva supone la pérdida de uno de los derechos históricos y emblemáticos del movimiento obrero internacional, reconocido como derecho universal en el Tratado de Versalles (1919) sólo después de que millones de trabajadores europeos fueran triturados en los campos de batalla de la “Gran Guerra”. Esta decisión no sólo pretende ser un reto y un insulto al sindicalismo y al movimiento obrero europeo, sino que confirma la deriva neoliberal de la UE, el intento de desmontar la Europa social, el espacio común de solidaridad y cohesión en torno a los valores del estado del bienestar, a la idea y la ilusión de que todos los ciudadanos europeos podrían tener las mismas oportunidades educativas, de salud y desarrollo personal.
Esta decisión es un paso más en la reducción de nuestros derechos laborales, no ha sido el primero y seguramente tampoco el último. Ya hemos sido testigos de cómo desde Bruselas pretendían descentralizar la negociación colectiva e individualizar la relación laboral, bajo el cínico argumento de que eso aumentaría la libertad de los trabajadores para negociar sus condiciones de trabajo, omitiendo el pequeño, pero fundamental detalle, de que todo derecho laboral reconoce como principio básico la relación de desigualdad entre quien contrata y quien es contratado.
Hemos vivido demasiado tiempo compartiendo la ilusión colectiva de que Europa podría representar y demostrar al mundo de que otro tipo relaciones eran posibles, que el mercado no lo era todo y en este deseo de colaboración e ilusión los trabajadores hemos ido cediendo. Ahora la cruda realidad de las intenciones se nos revela, se nos impone poco a poco la desregularización, mal llamada por algunos flexibilidad. Hemos colaborado, asumiendo sacrificios en defensa de nuestro modelo de relaciones económicas y sociales, para hacerlo viable y poder mantenerlo en el tiempo, como demostración también de solidaridad intergeneracional. Y lo hemos hecho de buena fe, sin detenernos a preguntarnos si el riesgo para el sistema era real o sólo una invención ideológica, una declaración de intenciones políticas de aquellos para quienes la solidaridad es sólo una entelequia.
Parece ser que en esta Europa los acuerdos sólo se hacen para romperlos. Por eso ya ha llegado el momento de que nosotros también hagamos preguntas, por ejemplo, porqué razón casi la mitad del presupuesto de la UE se destina a ayudas a la agricultura y porqué las dos terceras partes de estas ayudas son para un veinticinco por ciento de grandes propietarios, quienes por el simple hecho de sembrar, sin necesidad de recoger, sin necesidad de ser competitivos, reciben cientos de millones de euros de nuestros impuestos. Porqué para unos existen subvenciones y para otros sólo exigencias. Si es necesario reconceptualizar Europa, hagámoslo, pero aplicando las mismas condiciones y exigencias a todos sus ciudadanos.
Esta directiva supone la pérdida de uno de los derechos históricos y emblemáticos del movimiento obrero internacional, reconocido como derecho universal en el Tratado de Versalles (1919) sólo después de que millones de trabajadores europeos fueran triturados en los campos de batalla de la “Gran Guerra”. Esta decisión no sólo pretende ser un reto y un insulto al sindicalismo y al movimiento obrero europeo, sino que confirma la deriva neoliberal de la UE, el intento de desmontar la Europa social, el espacio común de solidaridad y cohesión en torno a los valores del estado del bienestar, a la idea y la ilusión de que todos los ciudadanos europeos podrían tener las mismas oportunidades educativas, de salud y desarrollo personal.
Esta decisión es un paso más en la reducción de nuestros derechos laborales, no ha sido el primero y seguramente tampoco el último. Ya hemos sido testigos de cómo desde Bruselas pretendían descentralizar la negociación colectiva e individualizar la relación laboral, bajo el cínico argumento de que eso aumentaría la libertad de los trabajadores para negociar sus condiciones de trabajo, omitiendo el pequeño, pero fundamental detalle, de que todo derecho laboral reconoce como principio básico la relación de desigualdad entre quien contrata y quien es contratado.
Hemos vivido demasiado tiempo compartiendo la ilusión colectiva de que Europa podría representar y demostrar al mundo de que otro tipo relaciones eran posibles, que el mercado no lo era todo y en este deseo de colaboración e ilusión los trabajadores hemos ido cediendo. Ahora la cruda realidad de las intenciones se nos revela, se nos impone poco a poco la desregularización, mal llamada por algunos flexibilidad. Hemos colaborado, asumiendo sacrificios en defensa de nuestro modelo de relaciones económicas y sociales, para hacerlo viable y poder mantenerlo en el tiempo, como demostración también de solidaridad intergeneracional. Y lo hemos hecho de buena fe, sin detenernos a preguntarnos si el riesgo para el sistema era real o sólo una invención ideológica, una declaración de intenciones políticas de aquellos para quienes la solidaridad es sólo una entelequia.
Parece ser que en esta Europa los acuerdos sólo se hacen para romperlos. Por eso ya ha llegado el momento de que nosotros también hagamos preguntas, por ejemplo, porqué razón casi la mitad del presupuesto de la UE se destina a ayudas a la agricultura y porqué las dos terceras partes de estas ayudas son para un veinticinco por ciento de grandes propietarios, quienes por el simple hecho de sembrar, sin necesidad de recoger, sin necesidad de ser competitivos, reciben cientos de millones de euros de nuestros impuestos. Porqué para unos existen subvenciones y para otros sólo exigencias. Si es necesario reconceptualizar Europa, hagámoslo, pero aplicando las mismas condiciones y exigencias a todos sus ciudadanos.
2 comentarios:
Efectivamente. Por lo que se refiere a Derecho del Trabajo hemos entrado en una dinámica absolutamente regresiva. La cuestión de las 60 o 65 horas más bien parece una medida propia del siglo XIX. Por otro lado, me pregunto cómo se puede compaginar esta medida con la conciliación de la vida familiar y laboral???
Un saludo
Tenés un deslumbrante desarrollo. Ponés una interesante demostración de interés en lo actual. Confirmás la decisión de mantener los objetivos en alto. Destrabás cualquier freno.
Publicar un comentario