(Entrada del 23/09/2008)
Una de las lecciones que nos enseña la Historia es que cualquier ejército en descomposición y cercano a la derrota que alarga el combate más allá de sus posibilidades, tiende a reorganizarse de forma casi permanente, tratando de mantener la ficción de una capacidad operativa que ya solo existe sobre el papel en forma de divisiones fantasma. En cada una de estas nuevas organizaciones, el volumen y la capacidad de estos grupos se reducen progresivamente hasta perder cualquier valor estratégico. Sus acciones son ya puramente tácticas, imposibilitadas de cambiar el curso de los acontecimientos, pero capaces aún de hacer mucho daño.
Otra característica de estos grupos es que en ellos conviven adolescentes y ancianos. Soldados reclutados de forma apresurada, mal preparados y peor equipados. Una amalgama de hombres sólo cohesionados por el fanatismo y las unidades especializadas en ejecuciones. Son los verdugos, los perros de presa especializados en detectar en la mirada de los hombres y mujeres el cansancio, el miedo y el deseo de vivir en paz. Estos viven su ocaso de los dioses matando a cualquiera que trate de evitar ir al matadero. Son los que no tienen nada que perder, para quienes el futuro no existe. Ellos se han consumido en la barbarie y pretenden que todos imiten su ejemplo de destrucción.
A esas alturas, algunos de esos salvajes aún esperan un milagro, la muerte de un presidente, un arma secreta o una ofensiva final que cambie el curso de su guerra y les permita llegar a un acuerdo con los vencedores. Han perdido la cordura y viven en una delirante fantasía. Otra lección es que las democracias y los demócratas siempre acaban venciendo al fascismo, a la tiranía y a los fanáticos. Tardarán más o menos tiempo, pero incluso con todas sus imperfecciones siempre acaban imponiéndose a la sin razón de los perros de presa. No lo digo yo, lo dice la Historia.
Una de las lecciones que nos enseña la Historia es que cualquier ejército en descomposición y cercano a la derrota que alarga el combate más allá de sus posibilidades, tiende a reorganizarse de forma casi permanente, tratando de mantener la ficción de una capacidad operativa que ya solo existe sobre el papel en forma de divisiones fantasma. En cada una de estas nuevas organizaciones, el volumen y la capacidad de estos grupos se reducen progresivamente hasta perder cualquier valor estratégico. Sus acciones son ya puramente tácticas, imposibilitadas de cambiar el curso de los acontecimientos, pero capaces aún de hacer mucho daño.
Otra característica de estos grupos es que en ellos conviven adolescentes y ancianos. Soldados reclutados de forma apresurada, mal preparados y peor equipados. Una amalgama de hombres sólo cohesionados por el fanatismo y las unidades especializadas en ejecuciones. Son los verdugos, los perros de presa especializados en detectar en la mirada de los hombres y mujeres el cansancio, el miedo y el deseo de vivir en paz. Estos viven su ocaso de los dioses matando a cualquiera que trate de evitar ir al matadero. Son los que no tienen nada que perder, para quienes el futuro no existe. Ellos se han consumido en la barbarie y pretenden que todos imiten su ejemplo de destrucción.
A esas alturas, algunos de esos salvajes aún esperan un milagro, la muerte de un presidente, un arma secreta o una ofensiva final que cambie el curso de su guerra y les permita llegar a un acuerdo con los vencedores. Han perdido la cordura y viven en una delirante fantasía. Otra lección es que las democracias y los demócratas siempre acaban venciendo al fascismo, a la tiranía y a los fanáticos. Tardarán más o menos tiempo, pero incluso con todas sus imperfecciones siempre acaban imponiéndose a la sin razón de los perros de presa. No lo digo yo, lo dice la Historia.
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