Georgia, confiada en el apoyo de los EEUU y dado su interés en formar parte de la OTAN se lanzó a dar una lección militar, que son las que se recuerdan, a unos secesionistas impertinentes que amparados en la experiencia Kosovar, reclamaban el mismo trato. Como pasa siempre que uno hace algo sin medir las consecuencias o confiando en la providencia apellidada "Sam", los georgianos salieron trasquilados política y militarmente. En cambio, los independentistas más pragmáticos confiaron su suerte a un vecino, no tan poderoso como los EEUU, pero con la inestimable virtud de la cercanía geográfica. Y si bien los tanques rusos no son ya tan numerosos, ni tan relucientes como los que asaltaron Praga o invadieron Afganistan, continúan conservando la misma mala leche y eficacia.
Ahora el mundo habla de las terribles consecuencias de la acción rusa. Los comentaristas políticos hablan de guerra fría, pero no nos engañemos, nadie irá a una guerra, ni fría ni caliente, por Georgia. EEUU tiene elecciones presidenciales en pocos meses, así que los asuntos internacionales deberán esperar a que unos electores muy preocupados por la guerra y con pocas ganas de aventuras militares, decidan entre demócratas o republicanos. La UE protestará con la convicción y la fuerza de un tenor, pero mientras necesitemos el gas ruso para calentar nuestros hogares, las amenazas no pasarán la frontera del escenario.
Al final los independentistas logran sus objetivos, legítimos o no y el títere de Yeltsin, recientemente elegido presidente, consigue reforzar su imagen ante una opinión pública muy necesitada de viejos tiempos de gloria que les permita olvidar sus penalidades. Como siempre, los únicos perdedores son los muertos y a estos, una vez enterrados al son de flauta y tambor, nadie los recordará, como si nunca hubieran existido.
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