Un aparato capaz de detectar las partículas suspendidas en la atmósfera nos ha revelado que el aire de Barcelona y Madrid contiene rastros de cocaína, heroína, cannabis y anfetaminas. Antes de que alguien empiece a saltar de alegría y buscar la forma más rápida de llegar a una de estas ciudades o salir a la calle a inspirar profundamente, es mi obligación aclarar que según los científicos que presentaron los resultados, necesitaríamos estar respirando mil años ese aire para notar algún efecto. Una vez enfriado el entusiasmo de algunos y tranquilizado el de los deportistas temerosos de dar positivo en un control anti-doping, debemos agradecer profundamente a los responsables del estudio el trabajo realizado.
Gracias a ellos y a su artefacto, hemos sido capaces de averiguar, al fin, cómo la droga llega a nuestras ciudades y cómo los narcotraficantes burlan la seguridad de puertos y aeropuertos. Y ha resultado ser de una sencillez desconcertante. Estos traficantes no necesitan “mulas”, ni submarinos, ni complicidades con los responsables de custodiar nuestras fronteras. Se limitan a lanzar, aprovechando los vientos favorables, toneladas de drogas a la atmósfera. No es el hombre, sino un elemento de la naturaleza el encargado de distribuirla, de hacerla llegar a los camellos que menudean en las calles de nuestras ciudades. Ya lo dijo Bob Dylan, la respuesta, amigo mío, está en el viento.
No hay comentarios:
Publicar un comentario