jueves, 4 de junio de 2009

La fuerza de la naturaleza

Últimamente cuando leo alguno de esos artículos que hablan de la crisis económica y el futuro impacto que tendrá en nuestras vidas, tengo la impresión de estar leyendo un parte meteorológico o una de las cuartetas de Nostradamus. Sus autores plantean nuestro futuro económico y social en unos términos que parecen referirse a fuerzas desatadas de la naturaleza, como si tratáramos con fenómenos inevitables y que escapan a nuestro control, como un terremoto o un huracán ante los que solo nos resta rendirnos y resignarnos.

Pese a estas opiniones, la economía ni es un fenómeno natural, ni un ser superior con vida propia. Ni por supuesto los seres humanos somos vasallos condenados a vivir sometidos a sus caprichos y designios. La economía, y disculpad la obviedad, es una actividad humana que no solo puede ser regulada, sino también conducida a unos objetivos concretos. Tan solo es necesario definirlos y por supuesto mostrar la voluntad política necesaria para alcanzarlos. De hecho esos autores no parecen recordar, o no quieren hacerlo, que la actual crisis económica es justamente el resultado de esa posibilidad de moldear nuestro entorno económico. Desde Reagan, quien inició su mandato eliminando gran número de leyes anti-monopolio, hasta el Tratado de libre comercio, tenemos muchos ejemplos de instrumentos jurídicos puestos al servicio de unos principios ideológicos que pretendían crear las actuales condiciones socio-económicas.

Por otra parte, tampoco se puede explicar el nivel de descontrol al que ha llegado el sistema capitalista como consecuencia de la ausencia de un antagonista ideológico desde la caída del muro Berlín, este hecho lo único que estableció fue el unilateralismo de los EEUU, pero como acontecimiento histórico, no supuso ni el triunfo ideológico del capitalismo ni la desaparición de otras opciones. Además, muchas personas que nos consideramos de izquierdas nunca tuvimos en Moscú, esa dictadura teñida de rojo, una referencia ideológica. Ahora supongamos que esta mañana al salir de casa nos ha caído una maceta en la cabeza o que aún no hemos hecho la buena obra del día y damos por buena esta teoría. Después de veinte años desde la caída del dichoso muro la batalla ya no es solamente entre la izquierda y la derecha, sino entre quienes pretenden recortar nuestros derechos devaluando la calidad de nuestras democracias y quienes creemos que nuestras libertades y nuestro bienestar social son principios irrenunciables sea cual sea la amenaza, y sobretodo, que las decisiones las toman los ciudadanos y no los consejos de administración.

Aquí lo único inevitable, además del viento y de la lluvia, es la cara que le echan algunos, que aprovechando el miedo, la inseguridad y el desempleo de millones de personas pretenden dar un nuevo giro de tuerca a su codicia. Lo peor de todo es que esos tipos con sus planteamientos pretenden reducirnos a irrelevantes y prescindibles marionetas, escribiendo nuestros destinos al son de sus intereses. Deberían recordar, como grandes defensores que son de la propiedad privada, que el futuro y la esperanza son las posesiones más valiosas que tenemos y estas son inalienables.

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