Recuerdo un niño a quien la naturaleza le jugó una mala pasada. En su sabiduría o en una distracción, la biología decidió que en aquel cuerpo viviría atrapada una mujer. Pese a la insistencia de la partida de nacimiento y de sus genitales, aquel chaval no era un hombre, sino una mujer que en su camino hacia la vida se había desorientado, acabando en un cuerpo que no le pertenecía.
El tiempo trae la comprensión y esta casi siempre despierta la conciencia. Y los niños, da igual el lugar y la época, siempre fueron crueles con la diferencia, especialmente, cuando los maestros y educadores mostraban indolencia ante los excesos, cuando no abierta simpatía. Si una imagen tengo de la soledad y el aislamiento es la de aquel niño. Con el tiempo no le quedó más remedio que aprender a mantener la distancia de aquellos energúmenos siempre dispuestos a llamarlo nenaza o a escogerlo como blanco de sus bromas. Cada día que pasaba se hacía más invisible, hasta que finalmente desapareció por completo. Y quizá lo más trágico de esta historia es que nadie se interesó por su ausencia.
En algunas ocasiones me he preguntado qué pudo ser de aquel crío. La España tardo-franquista y pronto-democrática nunca fue excesivamente considerada con estas personas. Casi siempre las condenaba a la marginalidad, a vagar entre muchas de las miserias humanas, tratando de obtener el dinero suficiente para poder algún día conciliar su cuerpo con su alma.
Quiero pensar que los deseos son mucho más importantes que las palabras, y que aquel niño sobrevivió a sus antiguos compañeros de clase y a todos los demás animales que la vida fue poniendo en su camino, logrando finalmente cambiar su cuerpo. Pero buscar un final feliz a una narración es muy sencillo y en esos casos las palabras tienen la perversa cualidad de desvirtuar los hechos, ignorando el sufrimiento cotidiano que para un niño o un adulto puede suponer ser diferente.
Leí hace poco que alguien está valorando la posibilidad de que esas mujeres inconclusas cumplan sus penas en cárceles femeninas y creo que por una vez, sin que sirva de precedente, el sentido común debería ser más poderoso que una anotación en el registro civil o una definición en el DNI. Quizá alguien aún se ría cuando recuerde como puteó a una de aquellas “nenazas”, pero a mí esas historias ya no me hacen ninguna gracia. Si una cualidad comparten algunos niños y presos es su extremada crueldad. Y bastante jodida debe de ser la vida cuando tu cuerpo te resulta extraño, como para tener que repetir permanentemente la misma historia de desprecio y humillación y que la única fuga posible sea la locura o el suicidio.
El tiempo trae la comprensión y esta casi siempre despierta la conciencia. Y los niños, da igual el lugar y la época, siempre fueron crueles con la diferencia, especialmente, cuando los maestros y educadores mostraban indolencia ante los excesos, cuando no abierta simpatía. Si una imagen tengo de la soledad y el aislamiento es la de aquel niño. Con el tiempo no le quedó más remedio que aprender a mantener la distancia de aquellos energúmenos siempre dispuestos a llamarlo nenaza o a escogerlo como blanco de sus bromas. Cada día que pasaba se hacía más invisible, hasta que finalmente desapareció por completo. Y quizá lo más trágico de esta historia es que nadie se interesó por su ausencia.
En algunas ocasiones me he preguntado qué pudo ser de aquel crío. La España tardo-franquista y pronto-democrática nunca fue excesivamente considerada con estas personas. Casi siempre las condenaba a la marginalidad, a vagar entre muchas de las miserias humanas, tratando de obtener el dinero suficiente para poder algún día conciliar su cuerpo con su alma.
Quiero pensar que los deseos son mucho más importantes que las palabras, y que aquel niño sobrevivió a sus antiguos compañeros de clase y a todos los demás animales que la vida fue poniendo en su camino, logrando finalmente cambiar su cuerpo. Pero buscar un final feliz a una narración es muy sencillo y en esos casos las palabras tienen la perversa cualidad de desvirtuar los hechos, ignorando el sufrimiento cotidiano que para un niño o un adulto puede suponer ser diferente.
Leí hace poco que alguien está valorando la posibilidad de que esas mujeres inconclusas cumplan sus penas en cárceles femeninas y creo que por una vez, sin que sirva de precedente, el sentido común debería ser más poderoso que una anotación en el registro civil o una definición en el DNI. Quizá alguien aún se ría cuando recuerde como puteó a una de aquellas “nenazas”, pero a mí esas historias ya no me hacen ninguna gracia. Si una cualidad comparten algunos niños y presos es su extremada crueldad. Y bastante jodida debe de ser la vida cuando tu cuerpo te resulta extraño, como para tener que repetir permanentemente la misma historia de desprecio y humillación y que la única fuga posible sea la locura o el suicidio.
1 comentario:
El tiempo trae la comprensión… o el enquistamiento de una intolerancia que no ha hecho más que crecer fomentada, o cuando menos permitida, no tanto por educadores de “media jornada”como por unos padres totalmente irresponsables. En gran medida son nuestras manos las que modelan la que será la próxima generación, las que deciden cómo serán los hombres de mañana y sobre qué principios y valores construirán. Somos nosotros quienes decidimos qué prejuicios les dejamos en herencia, si les enseñamos a luchar por lo que quieren aunque haya que arriesgar algo o a esconder la cabeza y dejar que corra el tiempo que todo lo tapa con capas de polvo.
La vida es difícil para todos, para los que son diferentes mucho más. Sea por ser el gordito de la clase, el más lento en aprender, el de las gafas de culo de botella o el que juega con muñecas en lugar de dar patadas a un balón. Fíjate en que cuando pensamos en esas “mujeres en cuerpo de hombre” inmediatamente nos viene a la cabeza el tema de la cárcel, el suicidio o una vida totalmente marginal. Supongo que otras posibilidades serán tan ínfimas que no puedan ni contabilizarse. Es lo que tiene que te rompan el alma a trozos sin que nadie te enseñe o te permita reconstruirla aunque sea a golpe de pegamento Imedio.
Que te rompan el alma es demasiado fácil y una ruta de fuga viable es imposible sin brújula, una nave sólida y buenos vientos.
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