domingo, 3 de junio de 2012

Distracciones


En esta vida las distracciones, salvo que sean al volante, son importantes, nos permiten escapar de la realidad olvidándonos durante algún tiempo de nuestros problemas. Posiblemente las distracciones son un buen instrumento para conservar la salud mental, y por supuesto, para permitir que los políticos, a falta de resultados, puedan recuperar el resuello en uno de los rincones del ring. El gobierno de este país, hábilmente dirigido (ya veremos si hacia el desastre) por un presidente que cuando calla malo y cuando habla peor, lleva semanas buscando desesperadamente alguna distracción, una causa o un conflictillo para galvanizar nuestras pasiones, a ver si de esta manera, apelando al orgullo patriotero, la opinión publica se entretiene con alguna cuestión que les de un tiempo de respiro.

La primera distracción escogida fue un clásico entre los clásicos, el reiterado Peñón de Gibraltar que en otros tiempos tantas manifestaciones justificó ante la embajada de Gran Bretaña. Los conflictos, bastante habituales en esas aguas, han sido elevados a la categoría de insulto nacional. con poca fortuna. Tras el fallido intento de repetir el éxito franquista de la plaza de oriente en 1946, de reeditar el “si ellos tienen ONU, nosotros tenemos dos”, han vuelto sus miradas a lo que siempre es un tiro seguro, como es meter en nuestros líos nacionales al “moro”. Reivindicar a las víctimas del desastre de Annual no solo es una afrenta al nacionalismo marroquí, sino también a las víctimas. Homenajearles, obviando la historia, es un ejercicio de chovinismo y superficialidad que evitará citar el Expediente Picasso, un devastador informe que denunciaba no solo la incompetencia militar, sino la corrupción de la gran mayoría de oficiales destinados en África, más conocidos como africanistas, entre los que también estaba ese que más tarde se hizo llamar Generalísimo y se auto concedió la Laureada de San Fernando.

Seguramente olvidarán mencionar, en su sentido homenaje a las víctimas, los intereses económicos, incluidos los de Alfonso XIII, como causa directa de la muerte de todos aquellos jóvenes reclutados, hijos de trabajadores que no podían pagarse un “sustituto” que hiciera la guerra en su nombre. Rindamos honores a los caídos por Dios y por la Patria, pero hagámoslo como Dios manda y no convirtiendo su recuerdo en un circo mediático para que ministros y ministrables salven la cara. Si realmente nos quieren distraer, que se dejen de remover el pasado tratando de ofender a moros o cristianos. Para que este país se distrajera de verdad tendría suficiente con conocer la verdad de algunos hechos, no es necesario remover la mierda del pasado, bastaría con la del presente.

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