miércoles, 13 de agosto de 2008

Crónicas de un tiempo sin líneas (VIII)

Nota: Debido a la longitud de la historia, he decidido dividirla en dos partes. Además quién no echa de menos los viejos folletines...

Conquista (I)

Qué desiertas están las calles desde que llegaron. Las ciudades han quedado prácticamente vacías, parece como si una plaga hubiera arrasado el planeta. Ahora, a diferencia de hace tres años, puedes pasear durante horas y cruzarte con apenas veinte personas. Una ciudad de tres millones de habitantes ha quedado reducida a tan solo cuatrocientos mil. Y esta es una de las afortunadas, en algunos lugares de África hay regiones enteras donde ha desaparecido todo rastro de vida humana. No nos mató una plaga ni nos exterminó una guerra, la causa de estas calles desiertas vino del espacio exterior.
Hace unos cinco años una mañana la tierra se despertó con la noticia de que grandes objetos habían sido avistados en la órbita de nuestro planeta. El planeta entero contuvo la respiración. Después de décadas de debates sobre la existencia de vida inteligente en la galaxia y sobre si estas civilizaciones nos visitaban, las imágenes de unas naves cilíndricas de golpe ponían fin a la controversia. Pero el final de esta controversia solo supuso el inicio de otra, y esta había dejado de ser una especulación cinematográfica para transformarse en una preocupación real. La siguiente pregunta que nos hicimos todos fue ¿cuáles eran sus intenciones? La imaginación popular evocaba escenarios donde la humanidad era exterminada o esclavizada, así era natural que todos andáramos un poco inquietos. Los indicios no presagiaban nada bueno, ya que una embajada no hubiera necesitado tantas naves ni tan grandes.
Durante días permanecieron inmóviles. Fue “el tiempo de los expertos”, Mientras los gobiernos se reunían, deliberaban y se reprochaban mutuamente la falta de previsión ante un acontecimiento de esta naturaleza, los militares debatían las posibilidades de nuestros ejércitos frente a una hipotética invasión y como siempre decidieron esperar al final de la hipotética guerra para determinar cual sería la estrategia más adecuada. Era su manera de hacer las cosas, no se ganaban muchas guerras con esta filosofía, pero por contra tras cada derrota se volvían un poco más sabios.
Luego también florecieron otros “expertos”, chalados de muy diversa condición y pelaje. Profesores y doctores en materias extrañas y hasta ese día desconocidas para la mayoría de los mortales, que daban su opinión sobre una tecnología desconocida, pero que ellos trataban como si llevaran años desayunando cada mañana con ella.
Esta unanimidad y claridad de ideas de nuestros líderes políticos, militares y científicos, hizo que cada uno tomase la decisión que consideró más oportuna en ese momento. Los más prácticos y previsores optaron por enterrar bienes y dinero, con la esperanza de poder comprar llegado el momento su vida o libertad, actitud por otra parte muy desconcertante, ya que normalmente el conquistador no suele pedir permiso para quedarse con las propiedades ajenas. Esta forma de consuelo era tan buena como la que llevó a auténticas masas de personas a llenar iglesias, mezquitas y sinagogas, asustados de poder pasar a mejor vida sin estar en la gracia de Dios. Unos pocos chalados esperaban excitados un nuevo amanecer para la tierra. Consideraban a los visitantes salvadores del planeta, la última esperanza de la humanidad.
Fueron días extraños, de conductas esperpénticas, que en otras circunstancias nos hubieran hecho reír, como por ejemplo la decisión de la Iglesia Católica, tan acostumbrada a contemporizar con el poder, concreto o probable, que decidió excomulgar a la mitad de los abducidos y canonizar a la otra mitad. Los canonizados aún vivos que antes habían sido tratados poco más o menos como desequilibrados mentales, ahora eran considerados profetas.
Pero en muchos lugares de la tierra, la gente se limitó a continuar trabajando sin hacer mucho caso a las especulaciones. Para ellos podría haber o no una invasión, pero para ser testigos de este hecho debían llegar vivos, lo cual equivalía a continuar trabajando con la esperanza de poder comer. Así que a estas gentes les daba exactamente igual que fueran invasores o benefactores, ellos para variar, incluso en el supuesto de que la humanidad fuera esclavizada, no notarían la diferencia, tan solo habría un cambio de patrono. Aunque en silencio guardaban la esperanza que los nuevos esclavistas fueran más humanos en el trato que sus antecesores en el cargo.
Ante la inmovilidad y el silencio de los visitantes la gente empezó a acostumbrarse a su presencia y a no esperar nada. Algunos expertos con algo más de sentido común que la media apuntaron que quizá las naves estaban desiertas, que habían sido arrastradas por nuestra gravedad o que eran los restos de una expedición cuya tripulación había muerto mucho tiempo atrás. En ayuda de la incertidumbre general y el desconcierto gubernamental llego el Campeonato Mundial de Fútbol que durante unas semanas distrajo la atención de todos.
Llegó la final del campeonato y ese fue el momento escogido por los visitantes para ponerse en movimiento. Evidentemente este hecho pasó desapercibido durante varias horas, no fue hasta después de la clausura del campeonato que la prensa informó del acontecimiento. Las naves habían abandonado la órbita terrestre y se situaron en la vertical de las principales ciudades del mundo. Entonces el miedo se transformó en pánico, ese “modus operandi” recordó a muchos una vieja película en la cual, unos invasores feos y bastante “hijoputas” seguían exactamente el mismo procedimiento. Los coros de las iglesias no paraban de cantar en todo el día. Aquellos que habían enterrados sus bienes trataban de desenterrarlos y llevárselos más lejos aún. Algunos de los que defendían la teoría salvadora fueron linchados, nadie hizo nada por evitarlo. Al menos mientras la gente estaba entretenida colgando a pobres desgraciados no exigía responsabilidades a los cuerpos legislativos y ejecutivos y estos tenían tiempo para abandonar discretamente las capitales y buscar refugio lejos de ellas. El presidente de los EEUU desde algún lugar indeterminado, pero seguro que a treinta metros de profundidad, llamaba a la calma. Los miembros del congreso y del senado de ese mismo país, recurrieron a un viejo refugio de la guerra fría situado bajo un hotel para deliberar, junto con sus familias, las medidas más oportunas en caso de ataque. Y así actuaron la mayoría de los diferentes gobiernos de la tierra, pusieron tierra por encima de ellos y durante unos días desaparecieron, aunque apenas se notó su ausencia.
Después de unos días de inquietud, pánico y carreras, los “visitantes” se pusieron en contacto con el mundo. Pincharon las emisiones de los canales de televisión para poder comunicarse con los seres humanos. Las cadenas de televisión, ya picadas por no haber sido avisadas el día que se pusieron en movimiento, montaron la de “Dios es Cristo”. Amenazaron a los invasores con demandas millonarias, no solo por pinchar las señales, sino también por pretender emitir su mensaje sin pausas publicitarias. Según los representantes de estos canales, aquellos tipos, marcianos, venusianos o de donde diablos fueran, eran unos auténticos desaprensivos, unos fascistas de color verde que se atrevían a atentar contra el derecho a la información. Pero incluso los histéricos directivos de estos canales, pese a la opinión general, también eran seres humanos, así que la curiosidad acabó imponiéndose y fueron capaces de cerrar la boca durante unos minutos para ver y oír a los visitantes. Y allí estaba medio mundo delante de millones de televisores esperando el que seguramente sería el mensaje más importante que la humanidad había recibido desde los tiempos de Moisés.

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