martes, 12 de agosto de 2008

Sin título

Por Fuentenebro.


Cuando Abel se fue era de noche y llovía.

Cuando Abel se fue hacía frío y el coche se le caló. Pudo volver a entrar en casa y fingir haberse arrepentido– Cariño, perdóname, soy un imbécil pero te necesito- pero volvió a girar la llave en el contacto y desapareció.

Yo no podía fijarme en esos detalles, me los contaron después. Solo recuerdo el ruido de la puerta al cerrarse y ese vacío que me llenó el alma ocupando todo el espacio que tenía.

Pasé dos días sin salir de la bañera vacía, hecha un ovillo, totalmente empapada por las lágrimas que me ahogaban, hasta que un amigo, extrañado por no saber nada de mí, vino a ver qué pasaba y después de una hora aporreando la puerta, amenazó con llamar a la policía.


Recuerdo haber sobrepasado el dolor para entrar en un estado de semiinconsciencia que me impedía moverme, lavarme, comer, la pena es que no me impedía pensar. Eso era lo único que hacía un día tras otro, pensar y darle vueltas al momento en que él decidió cerrar la puerta a nuestra historia y romperme en pedazos que tal vez nunca podría volver a unir.

Él no me quería, siempre lo supe, pero yo lo amaba tanto que eso nunca me importó. Estar a su lado me hacía sentir realmente especial y su cuerpo sobre el mío, bajo el mío, entre el mío.... Su mano en mi mejilla o colocándome el pelo, su aliento cerca de mí o el oír que pronunciaba mi nombre; aquellas largas charlas sentados en la alfombra bastaban para hacerme sentir que el futuro tenía sentido, que las cosas estaban en su sitio y que yo podía ser la princesa de los cuentos que siempre había imaginado, bailando en pijama por el pasillo o corrigiendo sus exámenes mientras él veía un partido.

Si la bruja de Maribí no me hubiera parado aquel día en la calle, si no hubiera insistido en enseñarme las cartas que él le escribía. Si yo no hubiese leído todas las zafiedades que Abel decía que le haría…Si cuando llegó a casa él no me hubiera encontrado llorando y yo no le hubiera dicho todo lo que sabía…tal vez Abel estaría aún a mi lado y prepararíamos la cena con una copa y entre risas.

Y nos iríamos a la cama a descubrirnos una vez más. Y al día siguiente, amanecería.

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