Siempre me han dado más miedo las películas de fantasmas que aquellas protagonizadas por asesinos enmascarados persiguiendo compulsivamente a adolescentes descerebrados que por sistema corren en la dirección equivocada.
Ese es el poder y la fuerza de lo intangible, el miedo es tan profundo que acaba inmovilizándonos. Quizá por eso algunos piensan que a los ciudadanos justamente acobardados por la actual crisis, preocupados por sus trabajos y asfixiados por los tipos de interés, les convendría cierta dosis de certeza. Así que políticos, economistas y periodistas se han puesto manos a la obra y gracias a la retórica pretenden simplificar y hacer comprensible la crisis para todos aquellos mortales no iniciados en la práctica del funambulismo o de la teoría económica.
Pretender despachar la explicación de la actual crisis como resultado de la perversa confluencia de unos compradores de vivienda insolventes e irresponsables y de un puñado de ejecutivos avariciosos es un ejercicio de simplificación excesivo. Algunos de los compradores es posible que se dejaran llevar por el entusiasmo y la ilusión de poseer una casa, hasta el punto de confiar excesivamente en sus futuras posibilidades económicas. Pero esta convicción se sustentaba en los optimistas y generalizados juicios de analistas y expertos. Los compradores tomaron una decisión a partir de la información de un mercado que seguramente era libre pero no transparente.
El caso de los ejecutivos es diferente, estos sabían perfectamente dónde se metían y las razones para hacerlo, eran conscientes de que estaban jugando con dinamita y les dio exactamente igual. Solo les preocupaban sus bonificaciones, trabajando a muy corto plazo para obtener los máximos beneficios posibles.
Si algo hemos aprendido casi todos es que las crisis, cualquiera que sea su naturaleza, tienen múltiples causas y éstas casi siempre son complejas. Así que tratar de simplificar las responsabilidades para explicar la actual crisis, parece solo un gesto encaminado a desviar la atención de la opinión pública y que ésta no pase factura a quienes por acción u omisión han permitido que las cosas llegaran a este punto. Es cierto, los ejecutivos de estos bancos y aseguradoras hicieron lo que les dio la gana, pero existía una estructura de control interno y unos accionistas que durante esos años de especulación y fraude guardaron silencio y se limitaron a embolsarse sus dividendos sin rechistar. Existían unos sistemas de control externos que fueron abandonados por unos gobiernos impregnados de principios neoliberales y que hicieron dejadez de sus funciones en favor del viejo y reiteradamente fracasado principio de la autorregulación de las empresas.
¿Ahora qué pretenden vendernos como explicación? ¿Qué Fu Manchú desde un oculto refugio en el Tibet conspiró contra todos nosotros para dominar el mundo de las finanzas? ¿Qué procesando a cuatro ejecutivos y desahuciando a miles de propietarios todos nos iremos a dormir más tranquilos y satisfechos?
Pretenden que olvidemos la responsabilidad política e ideológica de quienes alentaron y se beneficiaron de esas prácticas y permitieron que nuestro futuro bienestar fuera saqueado por unos intereses que van mucho más allá de los culpables convictos y confesos. Si los gobiernos hubieran atado corto al mundo financiero en lugar de dejarles campar a sus anchas, las cosas seguramente ahora serían muy diferentes. Intentan que olvidemos el fracaso de unas prácticas económicas e ideológicas, verdaderas responsables de una crisis que sólo acaba de empezar, porque aún quedan muchos agujeros financieros que permanecen ocultos en los balances.
En cambio, si deberían contestar a dos preguntas: dónde ha ido a parar todo ese dinero que parece haberse esfumado y sobre todo, por qué nuestros impuestos han de acudir en socorro de un sistema que ha despreciado y exprimido al contribuyente medio, privilegiando, vía exenciones fiscales, a las rentas de capital. Ahora, bancos, cajas e inmobiliarias, olvidando su reciente pasado neoliberal apelan a la intervención del Estado y a nuestro esfuerzo, no solo para que continuemos pagando nuestras deudas sino también las suyas.
Ese es el poder y la fuerza de lo intangible, el miedo es tan profundo que acaba inmovilizándonos. Quizá por eso algunos piensan que a los ciudadanos justamente acobardados por la actual crisis, preocupados por sus trabajos y asfixiados por los tipos de interés, les convendría cierta dosis de certeza. Así que políticos, economistas y periodistas se han puesto manos a la obra y gracias a la retórica pretenden simplificar y hacer comprensible la crisis para todos aquellos mortales no iniciados en la práctica del funambulismo o de la teoría económica.
Pretender despachar la explicación de la actual crisis como resultado de la perversa confluencia de unos compradores de vivienda insolventes e irresponsables y de un puñado de ejecutivos avariciosos es un ejercicio de simplificación excesivo. Algunos de los compradores es posible que se dejaran llevar por el entusiasmo y la ilusión de poseer una casa, hasta el punto de confiar excesivamente en sus futuras posibilidades económicas. Pero esta convicción se sustentaba en los optimistas y generalizados juicios de analistas y expertos. Los compradores tomaron una decisión a partir de la información de un mercado que seguramente era libre pero no transparente.
El caso de los ejecutivos es diferente, estos sabían perfectamente dónde se metían y las razones para hacerlo, eran conscientes de que estaban jugando con dinamita y les dio exactamente igual. Solo les preocupaban sus bonificaciones, trabajando a muy corto plazo para obtener los máximos beneficios posibles.
Si algo hemos aprendido casi todos es que las crisis, cualquiera que sea su naturaleza, tienen múltiples causas y éstas casi siempre son complejas. Así que tratar de simplificar las responsabilidades para explicar la actual crisis, parece solo un gesto encaminado a desviar la atención de la opinión pública y que ésta no pase factura a quienes por acción u omisión han permitido que las cosas llegaran a este punto. Es cierto, los ejecutivos de estos bancos y aseguradoras hicieron lo que les dio la gana, pero existía una estructura de control interno y unos accionistas que durante esos años de especulación y fraude guardaron silencio y se limitaron a embolsarse sus dividendos sin rechistar. Existían unos sistemas de control externos que fueron abandonados por unos gobiernos impregnados de principios neoliberales y que hicieron dejadez de sus funciones en favor del viejo y reiteradamente fracasado principio de la autorregulación de las empresas.
¿Ahora qué pretenden vendernos como explicación? ¿Qué Fu Manchú desde un oculto refugio en el Tibet conspiró contra todos nosotros para dominar el mundo de las finanzas? ¿Qué procesando a cuatro ejecutivos y desahuciando a miles de propietarios todos nos iremos a dormir más tranquilos y satisfechos?
Pretenden que olvidemos la responsabilidad política e ideológica de quienes alentaron y se beneficiaron de esas prácticas y permitieron que nuestro futuro bienestar fuera saqueado por unos intereses que van mucho más allá de los culpables convictos y confesos. Si los gobiernos hubieran atado corto al mundo financiero en lugar de dejarles campar a sus anchas, las cosas seguramente ahora serían muy diferentes. Intentan que olvidemos el fracaso de unas prácticas económicas e ideológicas, verdaderas responsables de una crisis que sólo acaba de empezar, porque aún quedan muchos agujeros financieros que permanecen ocultos en los balances.
En cambio, si deberían contestar a dos preguntas: dónde ha ido a parar todo ese dinero que parece haberse esfumado y sobre todo, por qué nuestros impuestos han de acudir en socorro de un sistema que ha despreciado y exprimido al contribuyente medio, privilegiando, vía exenciones fiscales, a las rentas de capital. Ahora, bancos, cajas e inmobiliarias, olvidando su reciente pasado neoliberal apelan a la intervención del Estado y a nuestro esfuerzo, no solo para que continuemos pagando nuestras deudas sino también las suyas.
1 comentario:
Es realmente una auténtica vergüenza. No deberíamos olvidar nunca que la definición de capitalismo es que "Los beneficios son privados, las pérdidas públicas" Siempre ha sido así y deberíamos obligar a nuestros gobiernos a controlar mejor Bancos, aseguradoras y entidades financieras. El capitalismo tal como lo entendemos está tocado de muerte tenemos que reinventar los bancos, las aseguradoras y las entidades financieras.
Estupendo tu análisis, hay momentos en que solo nos queda internet
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