martes, 20 de enero de 2009

Comandante Sully

Si he de viajar en avión quiero que el piloto sea el comandante Sully. Fue capaz de casi un imposible, un amerizaje sin que el avión se desintegrara, salvando de esta manera a más de ciento cincuenta personas. Nuestra sociedad empeñada en rendir culto a la “eterna juventud” y en negar de forma obsesiva el envejecimiento, no parece estar acostumbrada a reconocer los méritos personales o profesionales de quienes tienen más de sesenta años. Y es en el terreno profesional donde esta realidad adquiere su dimensión más sangrante. Muchas empresas descartan trabajadores aptos y cualificados utilizando la edad como pretexto. Ante este desprecio a la experiencia, aparentemente, no mostramos sorpresa, ni rechazo, lo asumimos como una consecuencia inevitable y lógica del envejecimiento. Independientemente de la preparación, experiencia o eficacia, nos comportamos como si al llegar a los cincuenta todas las anteriores virtudes desaparecieran arrastradas por un imperativo biológico.

Las empresas tienen miopes razones económicas para tomar este tipo de decisiones. Nosotros como sociedad también podríamos tener razones de la misma naturaleza para oponernos (las jubilaciones las pagamos todos). Sin embargo guardamos silencio, como si el miedo al envejecimiento nos inmovilizara y nuestro silencio, lamentablemente, alimenta esas decisiones. Nos aferramos a la juventud como si se tratara del Santo Grial de la vida, llegando incluso al extremo del ridículo y en ocasiones también a poner en riesgo nuestra salud por prolongar una absurda fantasía que nos aleja de nuestra condición humana. Por eso es refrescante que por una vez el héroe tenga sesenta y siete años, siendo incluso posible que la experiencia de este piloto haya supuesto la diferencia entre un enorme susto o un gran desastre. Ciento cincuenta personas de todas las edades le deben la vida a alguien a quien muchos ya daban por jubilado y viviendo en Florida. Algunos deberían tomar buena nota: después de los sesenta y cinco no solo hay existencia, sino también competencia profesional.

2 comentarios:

Fuentenebro dijo...

Increíble. Confieso que, ya antes de empezar a leerte, me llamó mucho la atención la foto por la edad que reflejaba.
Un hombre admirable y una lección para todos. La vida no se acaba, no debe acabarse, cuando las primeras canas o las primeras arrugas empiezan a campar a sus anchas. En la sociedad de la imagen y la eterna juventud, hay vida después de los 40.

Anónimo dijo...

No recuerdo donde leí en una ocasión que envejecer es de momento la única manera segura que se ha encontrado para vivir mucho tiempo. Independientemente de hasta que punto pueda merecer la pena vivir mucho, lo cierto y verdad es que la vejez forma parte del proceso de la vida, con todas las particularidades y excepcionalidades que este proceso tiene.
Respecto a lo que planteas en el post, estoy de acuerdo contigo en que sería un tanto absurdo pensar que cumplidos los sesenta, aquello que tantos años nos ha costado aprender (si es que en el mejor de los casos hemos aprendido algo), se va a desintegrar sin dejar rastro, ya que de hecho tampoco existe ninguna certeza respecto a nuestra capacidad profesional durante la juventud. Esta capacidad depende en mi opinión mucho más de todas esas particularidades y excepcionalidades a las que hacía referencia antes y que conforman el proceso de vida de cualquier individuo, que de la edad que se tenga. Y en concreto la capacidad para permanecer en un puesto de trabajo una vez alcanzada cierta edad, no debería depender (como parece que depende) de los intereses empresariales, sino de las propias exigencias del puesto, así como del estado de salud en el que la persona haya llegado a esa edad.
Sería también interesante evaluar hasta qué punto el deterioro de la salud que parece inevitablemente acompañar a la vejez se debe a la naturaleza y malos hábitos del individuo o a las malas condiciones de trabajo en que se ha desarrollado la vida laboral de estas personas.
El caso es que lo mires por donde lo mires....parece que los empresarios siempre ganan (o eso creen, desde sus reducidas perspectivas numéricas). ¿Por qué será que no me sorprende?