Los paleontólogos y geólogos deberían ponerse de acuerdo de una vez por todas y dejar de marearnos con tantas teorías sobre la extinción de los dinosaurios. Y no hago esta afirmación porque les guarde una especial animadversión, sino guiado por el resentimiento. Uno, que está muy necesitado de certezas, ya se ha visto en la obligación de aprenderse tres teorías diferentes sobre cómo aquellos lagartos sobredimensionados pasaron a mejor vida.
En la primera versión, y esta fue muy buena, me contaron que un cambio climático no solo les hizo pasar hambre, sino que también como buenos reptiles que eran dependían del calor para calentar su sangre y también por supuesto sus huevos, así que unas temperaturas extremas podían provocar que la descendencia fuera solo de hembras o machos. Es decir, los pobres bichos pasaron a la posterioridad de la peor forma posible, por pura castidad. Y esta teoría cuando la manifiesta un padre salesiano puede tener más de obsesión que de ciencia, pero como quien hacía las preguntas en el examen era él, resultó inevitable aceptarla por muy extravagante que fuera.
Más tarde, en plena guerra fría, llegó la teoría del asteroide atinado y genocida. En aquellos tiempos, como la posibilidad de que una o varias explosiones pudieran acabar con la vida en este planeta, la hipótesis de la extinción por colisión no resultó excesivamente peregrina. De hecho, me pareció mucho menos descabellada y me resulto muy sencilla de aceptar. Y en ese feliz estado de certidumbre viví hasta la semana pasada, cuando unos tipos, con muy mala intención y demasiado tiempo libre, anunciaron que de explosión nastis de plastis. La culpa fue de una serie de volcanes, que aburridos del paisaje y el paisanaje, empezaron a vomitar lava y ceniza hasta provocar un “invierno nuclear”.
Y la verdad, estoy ya hasta los ovos de tantos cambios y remakes. Así que harto de no encontrar respuestas en la ciencia he optado finalmente por dar como buena la teoría de Barry B. Longyear en su relato “Regreso al hogar”, en el cual, los dinosaurios nunca se extinguieron, simplemente pusieron pies en polvorosa a la espera de tiempos mejores y de un planeta menos revuelto. De hecho, estoy tentado también de meterme en el congelador, a ver si cuando salga, las cosas han mejorado un poco, aunque claro, lo mismo me cortan la luz y mi hibernación dura menos que algunas teorías.
En la primera versión, y esta fue muy buena, me contaron que un cambio climático no solo les hizo pasar hambre, sino que también como buenos reptiles que eran dependían del calor para calentar su sangre y también por supuesto sus huevos, así que unas temperaturas extremas podían provocar que la descendencia fuera solo de hembras o machos. Es decir, los pobres bichos pasaron a la posterioridad de la peor forma posible, por pura castidad. Y esta teoría cuando la manifiesta un padre salesiano puede tener más de obsesión que de ciencia, pero como quien hacía las preguntas en el examen era él, resultó inevitable aceptarla por muy extravagante que fuera.
Más tarde, en plena guerra fría, llegó la teoría del asteroide atinado y genocida. En aquellos tiempos, como la posibilidad de que una o varias explosiones pudieran acabar con la vida en este planeta, la hipótesis de la extinción por colisión no resultó excesivamente peregrina. De hecho, me pareció mucho menos descabellada y me resulto muy sencilla de aceptar. Y en ese feliz estado de certidumbre viví hasta la semana pasada, cuando unos tipos, con muy mala intención y demasiado tiempo libre, anunciaron que de explosión nastis de plastis. La culpa fue de una serie de volcanes, que aburridos del paisaje y el paisanaje, empezaron a vomitar lava y ceniza hasta provocar un “invierno nuclear”.
Y la verdad, estoy ya hasta los ovos de tantos cambios y remakes. Así que harto de no encontrar respuestas en la ciencia he optado finalmente por dar como buena la teoría de Barry B. Longyear en su relato “Regreso al hogar”, en el cual, los dinosaurios nunca se extinguieron, simplemente pusieron pies en polvorosa a la espera de tiempos mejores y de un planeta menos revuelto. De hecho, estoy tentado también de meterme en el congelador, a ver si cuando salga, las cosas han mejorado un poco, aunque claro, lo mismo me cortan la luz y mi hibernación dura menos que algunas teorías.
1 comentario:
Totalmente de acuerdo contigo. No creo que nadie dude de que esa es la única versión que se ajusta a la realidad. Todos sabemos que los dinosaurios, decepcionados por el rumbo que las cosas estaban tomando y el mundo que les rodeaba, decidieron seguir a unos pocos incas que construyeron una nueva y secreta ciudad en algún recóndito lugar de la Amazonia. Ahí siguen, protegidos por un ejército de unicornios azules, esperando un mundo más amable y seguro al que poder regresar.
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