Una mujer lleva gastados más de doscientos mil euros en operaciones estéticas con el propósito de parecerse a Nefertiti, una reina egipcia que murió hace casi cuatro mil años. A esta mujer la pasión le viene de lejos, según sus propias palabras, desde niña tiene sueños que la transportan a lejanos tiempos y antiguos palacios, donde rodeada de lujo y sirvientes compartía su vida con Akenatón, el faraón “Hereje”.
Dicen los expertos que la belleza de esa reina era legendaria. Y esta afirmación se sostiene sobre dos ideas muy frágiles como referencia: la belleza y la leyenda. La belleza es un concepto muy mutable, si no basta con comparar a Las Tres Gracias de Rubens con alguna de esas modelos que solo necesitan ser puestas a contraluz para hacerles una radiografía. Y las leyendas tampoco son fuentes muy fiables. En el mejor de los casos, son una aproximación muy libre a unos acontecimientos que pudieron tener o no lugar hace cientos de años.
Cierto es que existen esculturas que la representan. Sin embargo también deberíamos tener en cuenta que desde siempre, reyes, reinas y familias reales han posado para artistas que generalmente los han interpretado de forma muy benévola, disimulando, las más de las veces, sus defectos físicos y de carácter. No todos los artistas se apellidaban Goya, ni todos los reyes eran unos pusilánimes como Carlos IV.
Así que una vez descartados modelos posibles de inspiración, solo nos quedan las inciertas fuentes oníricas. Y en este caso debemos felicitar a la protagonista, por recordar con tanto detalle sus sueños y que estos puedan guiar con precisión la mano de los cirujanos. Sinceramente, todos, incluso la protagonista, podemos sentirnos felices ¿alguien se imagina el resultado si esta buena mujer creyera con la misma pasión que es la reencarnación de una de Las Señoritas de Avignon? Además sería muy injusto considerar a esta mujer una desequilibrada o alguien que busca desesperadamente sus cinco minutos de fama recurriendo a una extravagante variación del experimento del Doctor Frankestein. Esta señora, en el peor de los casos, solo peca de un mal que nos afecta a muchos, el de la impaciencia. Si no tuviese tanta prisa podría lograr su objetivo con mucho menos sufrimiento y dinero. Bastaría con esperar a la muerte, ser embalsamada decentemente y después de mil o dos mil años posiblemente sería casi idéntica a Nefertiti, bueno a ella y a cien momias más.
Dicen los expertos que la belleza de esa reina era legendaria. Y esta afirmación se sostiene sobre dos ideas muy frágiles como referencia: la belleza y la leyenda. La belleza es un concepto muy mutable, si no basta con comparar a Las Tres Gracias de Rubens con alguna de esas modelos que solo necesitan ser puestas a contraluz para hacerles una radiografía. Y las leyendas tampoco son fuentes muy fiables. En el mejor de los casos, son una aproximación muy libre a unos acontecimientos que pudieron tener o no lugar hace cientos de años.
Cierto es que existen esculturas que la representan. Sin embargo también deberíamos tener en cuenta que desde siempre, reyes, reinas y familias reales han posado para artistas que generalmente los han interpretado de forma muy benévola, disimulando, las más de las veces, sus defectos físicos y de carácter. No todos los artistas se apellidaban Goya, ni todos los reyes eran unos pusilánimes como Carlos IV.
Así que una vez descartados modelos posibles de inspiración, solo nos quedan las inciertas fuentes oníricas. Y en este caso debemos felicitar a la protagonista, por recordar con tanto detalle sus sueños y que estos puedan guiar con precisión la mano de los cirujanos. Sinceramente, todos, incluso la protagonista, podemos sentirnos felices ¿alguien se imagina el resultado si esta buena mujer creyera con la misma pasión que es la reencarnación de una de Las Señoritas de Avignon? Además sería muy injusto considerar a esta mujer una desequilibrada o alguien que busca desesperadamente sus cinco minutos de fama recurriendo a una extravagante variación del experimento del Doctor Frankestein. Esta señora, en el peor de los casos, solo peca de un mal que nos afecta a muchos, el de la impaciencia. Si no tuviese tanta prisa podría lograr su objetivo con mucho menos sufrimiento y dinero. Bastaría con esperar a la muerte, ser embalsamada decentemente y después de mil o dos mil años posiblemente sería casi idéntica a Nefertiti, bueno a ella y a cien momias más.
1 comentario:
Siempre me llamó la atención la gente que busca el origen de sus apellidos en nobles héroes castellanos de la época medieval, en conquistadores de lejanos países o renombrados defensores de la libertad. Nunca entendí cómo es que nadie se retrotae en el tiempo para descibrir un antepasado esclavo en campos de algodón, una furcia de a maravedí o un asesino sin escrúpulos que perdió su último aliento a manos del garrote vil. Porque de alguien serán antepasados...
Lo mismo me pasa con los sueños de esta mujer. Casualmente, no sueña con ser la reencarnación de una esclava egipcia, una concubina o una mujer más entre miles de mujeres sin nombre. No, sueña con ser Nefertiti, la reina de la belleza, la hija del Faraón. Y no duda en gastar una auténtica fortuna en modelar su rostro, a ritmo de bisturí, para ser ella. ¿No podría soñar con haber sido la madre Teresa de Calcuta y darse un paseo por la India con músiquita de talonario? O una anónima investigadora del CSIC y gastar ese dinero en I+D, en tratar de mejorar el mundo, investigar, estudiar, crear, vivir.
Me toca las narices tanta tontería, tanta obsesión por gimnasio pijo y espejo mudo. Por inyecciones de botox, prótesis de culos perfectos, de pechos turgentes y desafiantes a la gravedad y al tiempo.
Como diría mi abuelo: A ésa la ponía yo a picar carreteras...
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