La medicina es una ciencia en constante evolución. Sus nuevas técnicas y tratamientos salvan cada día la vida a millones de personas. Y tendrán que disculpar mi ignorancia, si me muestro confuso ante la exigencia de una clínica de obligar a sus enfermeras a vestir con minifalda, llevar cofia y mostrar el escote. Repito que quizá mi ignorancia me haga cometer un error de juicio, y este vestuario forme parte de una pionera técnica en la recuperación o rehabilitación de los pacientes. Yo personalmente, y no pretendo desmerecer con esto las posibles virtudes terapéuticas de las piernas ni el escote de ninguna mujer, prefiero optar por el paracetamol y un buen diagnóstico. Y si para esto el médico o todo un equipo quirúrgico han de atenderme en bañador, sin diferencias de sexo, lo lamento muchísimo, pero el paciente es lo primero. Pero otra cuestión muy diferente es menoscabar la dignidad personal y profesional de unas mujeres, amparándose en una dudosa “política de empresa”, impuesta por unos tipos tan carentes de imaginación que incluso para sus fantasías han de recurrir a gastados tópicos.
Supongo que muchas mujeres deben de estar muy cansadas de algunos tipos, para quienes la preparación o méritos profesionales de una mujer son sólo aspectos secundarios e irrelevantes, siempre y cuando sus medidas sean las adecuadas y susceptibles de exposición pública. No creo que se sientan muy cómodas en unos entornos profesionales que de forma tácita casi exigen la ligadura de trompas como condición esencial, pero no escrita, para que a una mujer se la tenga en consideración en términos de desarrollo profesional. Tampoco dice mucho a favor de una sociedad, ni de sus individuos masculinos, que las mujeres tengan por sistema que escoger entre su vida personal o profesional, entendiéndose en la práctica que ambos objetivos son del todo incompatibles.
Quizá lo más desagradable de todo es que estas arbitrariedades son sólo posibles con la colaboración y complicidad de muchos hombres, jefes o compañeros de trabajo, que con su indiferencia conceden carta de naturaleza a tales prácticas, y con su hostilidad contribuyen a imponer la ley del silencio cuando una mujer decide denunciar estas situaciones. Podemos hacer todos los chistes que nos vengan a la cabeza a cuenta de las minifaldas y los escotes, seguro que son muchos, pero quizá las risas serían menos intensas y los chistes menos numerosos, si las humilladas fueran nuestras esposas, parejas o hijas. Seguro que entonces más de uno nos tomaríamos más en serio la cuestión, y en solidaridad iríamos a trabajar en pantalones cortos y camiseta de tirantes.
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