Si algo tiene de particular el cartel que acompaña a esta entrada, es la combinación de dos elementos de naturaleza muy visceral: la violencia contra las mujeres y la raza de quien la ejerce. Alguien pensará, acertadamente, que esa representación solo responde a un contexto muy concreto, la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo esa efectista combinación propagandística propia de tiempos de guerra parece mantener hoy en día un alto efecto social o al menos así lo ha interpretado el alcalde neofascista de Roma, quien sin pruebas y resucitando antiguas consignas de la República de Saló, señaló a los gitanos como responsables de la violación de una menor. La protección de las mujeres del exceso de los invasores ha sido siempre un argumento muy recurrido para llamar a las naciones a la resistencia. Y si bien es cierto que la soldadesca cuando se pone a invadir puede llegar a comportarse como un grupo de auténticos salvajes , no es menos cierto que con mucha más frecuencia el agresor de una mujer convive con ella o pertenece a su círculo de familiares, amigos o conocidos.
Si la afirmación de este político fuera solo un despropósito aislado e instintivo, resultado de unos prejuicios ideológicos, posiblemente podríamos ignorarlo. Pero este intento de instrumentalizar un acto delictivo, para identificar a todo un colectivo con la delincuencia, no es el resultado de una manifestación espontánea, sino un acto de racionalidad y cálculo político enmarcado en una estrategia premeditada y cargada de intencionalidad. Los inmigrantes están siendo señalados e identificados como los responsables de todos los males del país y de todas sus carencias. Una parte importante de la clase política italiana, cuestionada y desacreditada por la corrupción y la red de complicidades derivadas de su relación con la mafia, se ha lanzado al monte en un intento de distraer a la opinión pública, sin importarle en exceso las consecuencias, porque estás servirán para retroalimentar y fortalecer su discurso racista.
Sería un error pensar que esta estrategia es un problema única y exclusivamente italiano. En todas las ciudades europeas existen barrios deprimidos, golpeados duramente por la crisis y en grave riesgo de fractura social, sometidos a fuertes presiones políticas y económicas, donde los discursos de naturaleza racista se pueden instalar con mucha facilidad y más cuando hay oportunistas sin escrúpulos dispuestos, por un puñado de votos, a inflamar las relaciones entre comunidades y vecinos. De todos es sabido que provocar un incendio es muy sencillo, un niño con una cerilla es suficiente para desatar el caos, otra cuestión es luego apagar el fuego. Y a todo esto la izquierda, italiana o no, parece cautiva y desarmada, incapaz de articular un discurso político que excluya a oportunistas y pirómanos de la vida pública.
Si la afirmación de este político fuera solo un despropósito aislado e instintivo, resultado de unos prejuicios ideológicos, posiblemente podríamos ignorarlo. Pero este intento de instrumentalizar un acto delictivo, para identificar a todo un colectivo con la delincuencia, no es el resultado de una manifestación espontánea, sino un acto de racionalidad y cálculo político enmarcado en una estrategia premeditada y cargada de intencionalidad. Los inmigrantes están siendo señalados e identificados como los responsables de todos los males del país y de todas sus carencias. Una parte importante de la clase política italiana, cuestionada y desacreditada por la corrupción y la red de complicidades derivadas de su relación con la mafia, se ha lanzado al monte en un intento de distraer a la opinión pública, sin importarle en exceso las consecuencias, porque estás servirán para retroalimentar y fortalecer su discurso racista.
Sería un error pensar que esta estrategia es un problema única y exclusivamente italiano. En todas las ciudades europeas existen barrios deprimidos, golpeados duramente por la crisis y en grave riesgo de fractura social, sometidos a fuertes presiones políticas y económicas, donde los discursos de naturaleza racista se pueden instalar con mucha facilidad y más cuando hay oportunistas sin escrúpulos dispuestos, por un puñado de votos, a inflamar las relaciones entre comunidades y vecinos. De todos es sabido que provocar un incendio es muy sencillo, un niño con una cerilla es suficiente para desatar el caos, otra cuestión es luego apagar el fuego. Y a todo esto la izquierda, italiana o no, parece cautiva y desarmada, incapaz de articular un discurso político que excluya a oportunistas y pirómanos de la vida pública.
No hay comentarios:
Publicar un comentario