Lenta pero de forma constante el átomo se abre camino. Según una encuesta los ciudadanos europeos, preocupados por el cambio climático, cada vez son más partidarios de utilizar la energía nuclear. Sus defensores sostienen que las centrales nucleares son la única solución capaz de conciliar nuestras necesidades energéticas con la preservación del medio ambiente. Y como casi siempre ocurre cuando importantes intereses económicos están en juego, este es un debate sesgado y cargado de intenciones, en el cual, los hechos se soslayan y nos escatiman detalles importantes a los ciudadanos, algo que nos impide formarnos una opinión objetiva sobre la cuestión.
Seguramente sea cierto que una central nuclear emite pocos gases de efecto invernadero. Sin embargo, si contemplamos la energía nuclear en su conjunto, desde la extracción del uranio, la construcción de la central, el almacenamiento de residuos y posteriormente el desmontaje de la central cuando ha terminado su vida útil, el resultado final no es tan favorable para el medio ambiente. Y la lista de “virtudes” ecológicas de esta energía no acaba aquí, porque debemos sumar otras cuestiones como son: la contaminación del agua en el procesamiento del uranio, la muerte de trabajadores provocada por su manipulación, los altos costes de descontaminación en caso de accidente y cómo no, aprovechando el manido argumento acerca de nuestra seguridad, no debemos menospreciar los gastos asociados a su custodia para evitar que el uranio enriquecido pueda ser utilizado con fines terroristas.
Una vez repasadas solo algunas de las “ventajas” de la energía nuclear, los supuestos beneficios medioambientales desaparecen y evidencian lo que realmente representa esta energía: un peligro para la humanidad. Además, deberíamos preguntarnos cuántas centrales nucleares sería necesario construir para atender la futura demanda energética y durante cuánto tiempo las reservas de uranio podrían sostener la producción, teniendo en cuenta que las reservas de uranio no son comparables cuantitativamente a las de petróleo. (Se estima que las reservas de uranio son suficientes para abastecer a las 450 centrales actuales durante un periodo de 25 a 80 años, eso siempre y cuando la demanda se mantenga en los actuales niveles).
La Unión Europea no solo tiene un serio problema energético, sino también de transparencia y ambas carencias tampoco son una novedad. Nuestro modelo de consumo energético es insostenible, no solo por las consecuencias medioambientales, sino también por un hecho de sobra conocido: la fuente primaria sobre la que se sostiene nuestro modelo de desarrollo se agota, al menos como recurso barato y fácilmente accesible. Por lo tanto es necesario e inevitable comenzar a perfilar un nuevo modelo energético que no solo atienda la creciente demanda de energía, sino que también tenga un reducido impacto medioambiental. Las renovables pueden ser el instrumento para iniciar el tránsito hacia esa nueva forma de relación con la energía, la cual pasa también por racionalizar su uso, incrementar la eficiencia y el ahorro. Posiblemente en este periodo las energías renovables deban contar con el apoyo de otras fuentes no renovables, pero simplemente como soporte mientras se generaliza su uso y las carencias técnicas son resueltas.
Sin embargo, a pesar de tener la tecnología, los recursos humanos y una buena acogida entre la opinión pública, lo que para algunos son claramente molinos de viento, para otros son solo gigantes. Y cuando preguntamos cuales son las “insalvables” dificultades técnicas que impiden su implantación y generalización, las respuestas, por lo general, son tan absurdas y peregrinas, que es lícito sospechar que tanto escollo jurídico, político y económico responda a motivos sin ninguna relación ni con el bien común, ni con el medio ambiente. Sino únicamente con los intereses del oligopolio energético, empeñado en no perder el control de la producción y más cuando una de las virtudes de las energías renovables es su flexibilidad. Es tan posible construir un gran parque eólico, como instalar una turbina que cubra las necesidades de un hogar. Permitiendo a los consumidores ser a la vez productores y conformando de esta manera un sistema de producción descentralizado, con muchas pequeñas fuentes de producción. Y esto no son buenas noticias para las multinacionales, así que al final uno llega a la conclusión de que el debate no guarda relación con el átomo, sino con el viejo cuento del Rey Midas. Algunos alquimistas de las finanzas se han empeñado en transmutar, como antes hicieron con el petróleo, el uranio en oro.
Foto: Monumento Héroes Chernobyl.
Seguramente sea cierto que una central nuclear emite pocos gases de efecto invernadero. Sin embargo, si contemplamos la energía nuclear en su conjunto, desde la extracción del uranio, la construcción de la central, el almacenamiento de residuos y posteriormente el desmontaje de la central cuando ha terminado su vida útil, el resultado final no es tan favorable para el medio ambiente. Y la lista de “virtudes” ecológicas de esta energía no acaba aquí, porque debemos sumar otras cuestiones como son: la contaminación del agua en el procesamiento del uranio, la muerte de trabajadores provocada por su manipulación, los altos costes de descontaminación en caso de accidente y cómo no, aprovechando el manido argumento acerca de nuestra seguridad, no debemos menospreciar los gastos asociados a su custodia para evitar que el uranio enriquecido pueda ser utilizado con fines terroristas.
Una vez repasadas solo algunas de las “ventajas” de la energía nuclear, los supuestos beneficios medioambientales desaparecen y evidencian lo que realmente representa esta energía: un peligro para la humanidad. Además, deberíamos preguntarnos cuántas centrales nucleares sería necesario construir para atender la futura demanda energética y durante cuánto tiempo las reservas de uranio podrían sostener la producción, teniendo en cuenta que las reservas de uranio no son comparables cuantitativamente a las de petróleo. (Se estima que las reservas de uranio son suficientes para abastecer a las 450 centrales actuales durante un periodo de 25 a 80 años, eso siempre y cuando la demanda se mantenga en los actuales niveles).
La Unión Europea no solo tiene un serio problema energético, sino también de transparencia y ambas carencias tampoco son una novedad. Nuestro modelo de consumo energético es insostenible, no solo por las consecuencias medioambientales, sino también por un hecho de sobra conocido: la fuente primaria sobre la que se sostiene nuestro modelo de desarrollo se agota, al menos como recurso barato y fácilmente accesible. Por lo tanto es necesario e inevitable comenzar a perfilar un nuevo modelo energético que no solo atienda la creciente demanda de energía, sino que también tenga un reducido impacto medioambiental. Las renovables pueden ser el instrumento para iniciar el tránsito hacia esa nueva forma de relación con la energía, la cual pasa también por racionalizar su uso, incrementar la eficiencia y el ahorro. Posiblemente en este periodo las energías renovables deban contar con el apoyo de otras fuentes no renovables, pero simplemente como soporte mientras se generaliza su uso y las carencias técnicas son resueltas.
Sin embargo, a pesar de tener la tecnología, los recursos humanos y una buena acogida entre la opinión pública, lo que para algunos son claramente molinos de viento, para otros son solo gigantes. Y cuando preguntamos cuales son las “insalvables” dificultades técnicas que impiden su implantación y generalización, las respuestas, por lo general, son tan absurdas y peregrinas, que es lícito sospechar que tanto escollo jurídico, político y económico responda a motivos sin ninguna relación ni con el bien común, ni con el medio ambiente. Sino únicamente con los intereses del oligopolio energético, empeñado en no perder el control de la producción y más cuando una de las virtudes de las energías renovables es su flexibilidad. Es tan posible construir un gran parque eólico, como instalar una turbina que cubra las necesidades de un hogar. Permitiendo a los consumidores ser a la vez productores y conformando de esta manera un sistema de producción descentralizado, con muchas pequeñas fuentes de producción. Y esto no son buenas noticias para las multinacionales, así que al final uno llega a la conclusión de que el debate no guarda relación con el átomo, sino con el viejo cuento del Rey Midas. Algunos alquimistas de las finanzas se han empeñado en transmutar, como antes hicieron con el petróleo, el uranio en oro.
Foto: Monumento Héroes Chernobyl.
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