jueves, 3 de junio de 2010

La voz de los espectros

Hay personas que afirman haber visto espectros vagamente familiares deslizándose por pasillos en penumbra. Otros, en las horas más profundas de la noche, han podido oír sollozos en habitaciones que llevaban años cerradas o han sido testigos de cómo imágenes enmascaradas en la oscuridad repetían viejos gestos y continuaban con sus costumbres cotidianas como si no recordaran o ignoraran la visita de la muerte. Dicen que algunas casas vacías tienen memoria y sobreviven a la soledad prolongando la existencia de sus antiguos habitantes, alimentando la ilusión de permanencia de quienes se extinguieron y ya no son recordados.

Nuestras memorias son muy pequeñas para contener todos los hechos y personas, nuestros intereses excesivamente limitados y el presente, perfecto o imperfecto, ya no entiende de conjugaciones, ocupa excesivo espacio, nos distrae demasiado para prestar atención al tiempo gastado y escuchar las voces de quienes vieron sus existencias cotidianas segadas por la pasión homicida de sus semejantes, de los que fueron obligados a retomar sus vidas convertidos en espectros y condenados a subsistir en las sombras. Las victimas, desde las casas encantadas, que son casi todas, nos advierten de que el pasado, si te descuidas, puede ser también futuro. Nuestra generación tiene la suerte de desconocer el mensaje de odio y destrucción de los tambores de guerra. Los oímos, pero su sonido nos llega amortiguado por la distancia, hemos curtido nuestras retinas con imágenes de victimas y desesperación, aceptando con cínica naturalidad, el hecho de que las únicas palabras posibles son las balas.

Podemos ignorar los lejanos años del diluvio de fuego y metal, pero sus gotas de acero, enterradas en ciudades y campos, ni se olvidan de nosotros ni del propósito para el que fueron creadas y, cada vez que pueden, ejercen de matarifes. No debemos despreciar la persistencia en la historia de homicidas dispuestos a convertirnos en carne de cañón y la posibilidad que existe, por pequeña que sea, de que cualquiera de esas mechas que van prendiendo allí y allá pueda acabar desatando el infierno. Y cuando todos los misiles hayan sido lanzados y llegue el silencio, ni los fantasmas encontrarán donde refugiarse.

1 comentario:

Fuentenebro dijo...

Siempre se ha dicho que debemos conocer la Historia para evitar que se repita. Sin embargo, parece que este conocimiento de hechos pasados no influye en la repetición, una y otra vez, de las mismas barbaridades. Las víctimas del pasado se convierten en verdugos sin remordimientos, respondiendo con balas a brutales ataques de tirachinas o manguerazos.

Enhorabuena por esta entrada, un precioso alegato pacifista en momentos de vergüenza generalizada.

Ojalá algún día tus fantasmas, nuestros fantasmas, puedan descansar en paz.