viernes, 24 de septiembre de 2010

Entre El Capital y un prospecto

Era curioso el criterio que la dictadura franquista aplicaba en relación a los libros de Marx. Por una parte “El Capital”, su obra fundamental, era fácil de encontrar en cualquier biblioteca. Por el contrario, el Manifiesto Comunista, un ejemplo de sencillez divulgativa, estaba prohibido. Cuando vi por primera vez esa obra me quedé sin respiración y comprendí inmediatamente porque no estaba prohibida su venta. Tres gruesos tomos impresos en papel cebolla, que me hicieron pensar que, si la oposición al capitalismo dependía de la lectura de aquellos libros, éste sería eterno.

Excluyendo el desinterés, la más efectiva de las censuras, existen muchas maneras para que una persona permanezca en la inopia. La forma clásica, y también la más directa, es la prohibición de una obra (o varias). Otra es que ésta se autoexcluya gracias a su poder de intimidación (como es el caso de El Capital). Y los modernos medios de comunicación han desarrollado otras formas más sutiles como el bombardeo constante y masivo de información hasta saturarnos, sin dar tiempo a discriminar entre la revelante e irrelevante o, simplemente, no dar excesiva publicidad a los hechos sobre los que se quiere pasar de puntillas. Ésta última parece ser la forma escogida por la Comisión Europea y otros organismos internacionales para comunicar sus decisiones. Estos ejercicios de sigilo institucional parecen ser de carácter estacional. Si la comisión de un delito tiene unos agravantes como son la alevosía, la premeditación y la nocturnidad, estas instituciones le han sumado el de la “estivalidad”.

Aprovechando el verano y el inicio de las vacaciones, La OMS informó de que varios miembros del comité asesor sobre la gripe A, deberían haberse abstenido de participar en él como consecuencia de sus vínculos con la industria farmacéutica. Un mes más tarde, ya en pleno agosto, la mencionada organización anunció el fin de la pandemia. Tras seis meses describiéndonos el Apocalipsis, este organismo se desdijo de todo lo dicho de forma rápida, discreta y, por supuesto, sin que uno solo de los responsables dimitiese. Entre uno y otro anuncio, la Comisión Europea propuso rebajar las medidas adoptadas como consecuencia del mal de las vacas locas. Una de las medidas que propuso eliminar era la de alimentar al ganado con restos de otros animales, causa directa de la Encefalopatía Espongiforme.

Sin embargo, en honor a la verdad, tengo que reconocer que esta comisión, justo el día antes de terminar el verano, en un gesto de transparencia que se anticipaba al final de la barra libre estival, anuncio que, desde el 2014, las farmacéuticas estarán obligadas a indicar y ampliar en los prospectos los diferentes efectos adversos de los medicamentos. Lamentablemente, si algo tienen en común el Capital de Marx y los prospectos es que casi nadie los lee. Esa letra tan pequeña y esas palabras tan comprimidas son una invitación a ignorar sus instrucciones, especialmente entre los ancianos con problemas de visión, que son casi todos. Así que desde el 2014 la Comisión Europea ha concedido a la industria farmacéutica una excusa estupenda para escurrir el bulto si alguien la palma o le salen tentáculos verdes en la cabeza después de tomar un medicamento. Me pregunto si habrá algún libro o documento, a medio camino entre la extensión de “El Capital” y la compresión de un prospecto que explique, de forma clara y sencilla, como meter en cintura a esos impresentables que dedican el tiempo a jugar con nuestra salud.

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