viernes, 3 de septiembre de 2010

La jauría humana


Cuando el odio de los hombres no comporta ningún riesgo, su idiotez se deja convencer fácilmente y los motivos vienen por sus propios pasos.
Louis Ferdinand Céline. Viaje al fin de la noche.

Seguramente la mujer que decidió meter un gato en un contenedor de basura haya tenido tiempo, sino de arrepentirse de su acción, sí como mínimo, de maldecir la cámara que la registró. Todos estamos de acuerdo en que maltratar a un animal, abandonarlo o matarlo, cuando ya ha dejado de ser útil (como hacen algunos cazadores cuando sus perros han perdido sus cualidades) es un acto despreciable. Pero no podemos llamarnos a engaño, en el catálogo de vilezas que la humanidad ha desplegado a lo largo de los siglos, lo de meter un gato en un contenedor, posiblemente no ocuparía los primeros puestos, ni seguramente los últimos. De hecho, el acto de esta mujer no solo ha puesto en evidencia su pobre condición humana, también la de muchos otros que, a través de las redes sociales la han llegado a amenazar de muerte. Amenazas lo suficientemente creíbles para que esta mujer esté siendo protegida por la policía.

Esta actitud social, esta forma virtual (esperemos que quede solo en eso), de Ley de Lynch pone de manifiesto una escala de valores un tanto extraña. Un ser humano es acosado, condenado y amenazado de muerte por maltratar a un gato y posiblemente alguien podría llegar a aplaudir si la amenaza de muerte se hiciera efectiva. Es seguro que entre esas miles de personas hay muchas que son firmes y sinceras defensoras de la vida, sin diferenciar entre perros, gatos, ratones y hombres o árboles. Pero posiblemente otros, que se indignan ante este acto, luego con toda tranquilidad requieran los servicios de mujeres atrapadas en las redes de prostitución o consideran que el color de la piel de un ser humano es una explicación y un motivo para que éste tenga una muerte prematura, posiblemente no verán ningún contrasentido en su conducta.

Es inquietante la facilidad con la que nos ponemos a apilar leña para purificar a nuestros semejantes, mientras ignoramos nuestras propias vilezas. Es preocupante que algunos seres humanos ardan en deseos de justicia cuando se trata de un animal, pero transmitan la más desalentadora de las indiferencias cuando quien sufre es un ser humano. Da miedo pensar cómo las tinieblas medievales y las sombras de la inquisición pueden revelarse en un instante y convertirnos, a cualquiera de nosotros, en parte de una jauría humana dispuesta a perseguir, apalear o colgar a una persona considerándolo un acto de justicia. La verdad, esta mujer puede ser una descerebrada, una desequilibrada o, simplemente, una mala persona, sin embargo en algo tenía razón: solo es un gato.

1 comentario:

Fuentenebro dijo...

Demasiado sencillo colocarse una etiqueta pública de “buena gente”, de defensor del débil o el necesitado y paladín de las víctimas mientras, en la esfera privada, se van rompiendo cristales, pisoteando esperanzas y destrozando a personas cuyo único pecado ha sido estar ahí. Puede que las palabras solo sean armas cargadas pero, cuando van cargadas de hechos imperdonables, no solo duelen. También matan aunque, a veces, solo sea en sentido figurado.