martes, 21 de septiembre de 2010

Objetivos del Milenio

Hasta hace unas semanas no tenía ni idea de qué era el coltán, parece ser que es el resultado de la contracción de dos minerales. Está presente en móviles y ordenadores. Su capacidad de soportar altas temperaturas y de almacenar carga eléctrica de forma temporal lo convierten en un recurso estratégico. Alguno de sus principales productores son países africanos y, para no saltarnos la norma, estas naciones tienen conflictos internos entre diferentes grupos que solo pretenden controlar el recurso. Éste solo es un ejemplo de cómo la riqueza natural africana, y la de otras naciones subdesarrolladas, se convierte en una maldición que empobrece y mata a sus gentes. Cacao, café, petróleo, diamantes, la lista de recursos es larga y variada, pero las consecuencias de su explotación, invariablemente, siempre son las mismas: guerras, hambrunas y miseria.

Los Objetivos de Desarrollo del Milenio marcan unas metas estrechamente vinculadas a los derechos humanos, lamentablemente la cumbre internacional de los objetivos del milenio, pese a la buena voluntad, acabará siendo otro ejercicio de hipocresía que dejará las cosas más o menos como están. Las naciones desarrolladas, inmersas en su permanente crisis de egoísmo, agravada por la recesión económica, se limitarán a poner cara de circunstancias para, luego, en la intimidad recortar unas ayudas al desarrollo que en la mayoría de los casos no son precisamente ejemplos de filantropía, sino más bien otra forma de hacer negocio. Alguna de las propuestas presentadas como la de establecer una tasa financiera a la banca, son directamente irrealizables (no quieren pagar por la crisis que provocaron, lo van a hacer por unos pobres muertos de hambre). Otras como la de cobrar dos euros en cada billete de avión, tasa por otra parte de carácter voluntaria, son declaradamente ridículas. Si la cuestión del desarrollo de estas naciones depende de una tasa (sería sorprendente si así fuera) que la pongan sobre todas las materias primas que salen de África. Unos céntimos por cada kilo o litro de los valiosos recursos que producen o, simplemente, un canon sobre todos los ordenadores (somos capaces de proteger hasta el absurdo la propiedad intelectual, con un poco de esfuerzo posiblemente podríamos salvaguardar las vidas de otros seres humanos) seguramente sería suficiente para mejorar la situación. Sin embargo, esta tasa continuaría siendo más de lo mismo, una limosna para compensar el amplio y sistemático expolio al que sometemos a estas naciones.

Un economista de aquellos que con el buen rollito acaba por hacernos comulgar con ruedas de molino, afirmaba que no había que ayudar a las naciones africanas. Sostenía con toda su sabiduría y desfachatez, que las naciones receptoras de ayuda estaban en peores condiciones que las que no la recibían. Y estoy de acuerdo con él, pero por motivos diferentes. Este economista camuflado, emboscado dirían algunos, no quiso o no supo ver que el empobrecimiento no era resultado de las ayudas, sino de las condiciones impuestas por el FMI y la OMC asociadas a la concesión de las mismas. Estas naciones pueden salir de la pobreza solas, Malawi es un ejemplo de cómo se puede luchar contra el hambre infantil, no solo sin necesidad de la ayuda internacional, sino también rechazándola. La única ayuda que necesita África es que se devuelva la tierra, y sus frutos, a sus legítimos propietarios, todo lo demás son discursos hipócritas que no pueden ocultar la realidad, ellos pasan hambre pero quienes tienen las entrañas resecas somos nosotros.

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