lunes, 10 de noviembre de 2008

Cual plaga de langosta

En los últimos meses hemos sido testigos de declaraciones preocupantes por parte de algunas asociaciones empresariales. Primero fue el representante de los constructores, el cual sin cortarse un pelo en un arrebato de resentimiento hacía los taimados compradores, quienes agazapados esperaban el descenso del precio de las viviendas para ahorrarse unos euros, afirmaba estar dispuesto a entregar los pisos sin vender a los Bancos antes de bajar su precio. Posteriormente, el vicepresidente de Fomento del Trabajo, para terminar de tranquilizarnos, pedía ayudas al gobierno "para despedir a gente".

Afirman no tener dinero, ya que los bancos han cerrado la financiación, pero para despedir empleados y pagar las correspondientes indemnizaciones no parece haber problemas de tesorería. En estas circunstancias no se necesita ejercitar excesivamente la mala fe para desconfiar de esos portavoces empresariales. Es cierto que la pequeña y mediana empresa están pasando momentos muy difíciles, no solo como resultado de la crisis internacional y la falta de financiación, sino también por el estallido de la burbuja inmobiliaria. El duro ajuste, con crisis financiera o sin ella, era inevitable. Otra cosa muy diferente es que aprovechando la coyuntura ciertos sectores empresariales, con poca cultura democrática y aún menos compromiso social, obsesionados con alcanzar el cielo neoliberal en términos de empleo y fiscalidad, se empeñen en sobredimensionar el problema e imputar a la crisis maniobras preventivas para conservar sus márgenes de beneficio y ya de paso influir en el gobierno para imponer una mayor liberalización del mercado laboral.

Sinceramente, uno se pregunta qué tipo de empresario tiene este país y si para ellos el término "esfuerzo colectivo" tiene algún valor o si la responsabilidad social corporativa es solo una pose publicitaria para hacerse la foto de rigor y demostrar su compromiso cuando todo va bien y es sencillo fingirlo. En estos momentos algunos empresarios parecen obsesionados en superar la crisis cargando todo el esfuerzo fiscal y el coste social en los trabajadores y autónomos.

Por desgracia esta postura solo es reflejo de unos malos hábitos adquiridos en los últimos quince años. Hablan de pérdida de competitividad pero a las primeras de cambio renuncian al capital humano poniendo en la calle a empleados experimentados para más adelante contratar a trabajadores inexpertos y más baratos. Si después la calidad del producto se resiente y pierden mercados la culpa será del gobierno (mejor si es de izquierdas), incapaz de atender sus demandas y del egoísmo de los trabajadores, como si a nosotros nos encantara quedarnos sin empleo o experimentáramos un orgasmo místico cuando somos despedidos.


Deberían, por respeto a las difíciles circunstancias actuales, dejarse de tonterias de adolescentes mal criados, secarse las lágrimas de cocodrilo, sonarse los mocos y empezar a trabajar con seriedad, rigor y compromiso, como si la cohesión social y el bienestar de nuestro país estuvieran en juego. Lo contrario podría ser entendido como una conducta insolidaria e irresponsable o como una plaga de langostas que levantan el vuelo una vez arrasada la cosecha.

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