jueves, 6 de noviembre de 2008

Un día de furia

A los dioses les debe traer sin cuidado los acontecimientos que tienen lugar en este planeta abarrotado de salvajes. Solo en esa indiferencia hacia nuestros asuntos se explica la lapidación en Somalia de una niña de trece años, violada por tres hombres y después acusada de adulterio. Seguramente se ha de ser un Dios para permanecer impasible ante el asesinato en nuestro país de una niña de catorce años a manos de dos adolescentes de su misma edad. Solo el desdén divino hacia el inocente y su tolerancia con el culpable explican que tanto mal nacido ejerza el oficio de matarife sin ser fulminado por un rayo.
Hay días que desearía que los dioses hicieran caer sobre esos desgraciados una tormenta de fuego y en su defecto o en su nombre, que los pocos seres humanos cuyos corazones aún no se han transformado en desiertos, financiaran un ejército de tanques y aviones capaces de aplastar sin misericordia a esas alimañas. Me gustaría ver como las balas son capaces de viajar en el tiempo y alcanzar al misógino impotente que convirtió el rechazo de una mujer en delito y su asesinato en una tradición. Ojalá las piedras tuvieran corazón y pudieran cambiar su curso cuando son lanzadas contra la inocencia o se transmutaran en granadas capaces de reventar la mano de quien se dispone a utilizarlas para aplastar con ellas la vida de un niño.
Hay días y éste es uno de ellos, en los cuales me quedo sin mejillas y me gustaría, para variar, poder tomarme el ojo por ojo, sin importarme sentir odio. Más me importan la vergüenza y el asco de compartir planeta con esas gentes, de no ser capaz de recordar todas y cada una de las afrentas que nuestra dignidad humana debe soportar y declaro, sin ningún atisbo de culpa ni compasión, que me gustaría ver a esos malditos cabrones perseguidos y acosados hasta las mismísimas puertas del infierno.

1 comentario:

Antonia Cortijos dijo...

Tu comentario "Un día de furia" me ha golpeado en el estómago, que no en el alma que ya se encuentra en estado de coma, incapaz de digerir la ingente cantidad de pequeños monstruos que van royendo, desmenuzando, disolviendo nuestra sensibilidad, nuestra capacidad de ser humanos, de conmovernos. Empezaron apareciendo en países lejanos pero ya los tenemos aquí, en nuestras escuelas, junto a nuestros hijos.