lunes, 17 de noviembre de 2008

La eficiente Esperanza


Tras una larga campaña, miserable y mezquina, de desprestigio de la Sanidad Pública y sus profesionales, después de negar durante años las necesarias inversiones a los hospitales públicos, mientras la calidad de la atención se resentía, por fin Esperanza Aguirre tiene la solución para los problemas que ella misma ha provocado. Ésta no pasa por aumentar los recursos, ni por dejar a los médicos hacer tranquilamente su trabajo, ni siquiera por reducir los noventa días que un madrileño ha de esperar para obtener un diagnóstico. Según su fiel consejera, Doña Eficiencia, la respuesta es cambiar el modelo sanitario madrileño, cerrando los hospitales públicos y sustituyéndolos por otros de carácter privado, en los cuales, para sonrojo de mal pensados, primará la atención a los pacientes siempre y cuando ésta no interfiera con los beneficios y no entre en conflicto con la rentabilización de las inversiones.
Y por si acaso alguien duda de las excelencias del modelo “Esperanzado”, estos hospitales prestarán su atención en régimen de monopolio, no vaya a ser que algún paciente resentido o descontento decida ser atendido en un hospital público, donde el médico le tome la presión sin sacar la calculadora mientras lo hace, donde las opiniones y las decisiones terapéuticas sean tomadas sin fobias ni filias ideológicas y donde el paciente sepa que las recomendaciones y tratamientos no dependerán de un contable neurótico o de un accionista impaciente.
Esta presidenta tan moderna está regalando a intereses privados nuestro derecho a una atención sanitaria digna y de calidad. Esta señora con su sonrisa tontorrona está favoreciendo con nuestros impuestos a sectores económicos e ideológicos muy concretos, comprando sin asomo de vergüenza muchas voluntades y creando, gracias a nuestro dinero, una extensa red de agradecidos empresarios e inversionistas dispuestos a financiar sus futuras ambiciones políticas. La Presidenta tiene razón, esto no es una privatización de la Sanidad, es una cacicada al más viejo y rancio estilo; eso sí, ahora su nombre es eficiencia.

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