jueves, 27 de noviembre de 2008

Violante Pardo

Violante, una anciana de ochenta y cuatro años, ha muerto de tristeza cuatro meses después de ser obligada por el Ayuntamiento de Murcia a dejar la casa donde había vivido durante toda su vida. Ella y su marido pelearon por conservar su hogar. Los médicos desaconsejaron el traslado de la pareja a un piso ofrecido como compensación a la expropiación. Pero el progreso es impasible e impaciente y no tuvo reparos en ignorar los informes ni las súplicas. Violante pertenecía a una especie en vías de extinción, a la de aquellas personas para quienes sus casas son los lugares donde reposan los recuerdos de toda una vida. Las paredes que se templaron con el calor del afecto, las habitaciones que fueron testigos y custodios del crecimiento de los hijos. No todos tienen el alma del nómada, ni la codicia del mercenario. Algunos, unos pocos, se aferran a unos suelos y paredes donde quedaron grabadas las crónicas de sus afectos. Es inevitable, cuando el final de una vida se aproxima o se extingue la de alguien amado siempre encontramos consuelo en las piedras. Cualquiera que tenga un corazón en lugar de un plan urbanístico conoce lo desangelada e inhóspita que puede ser una vivienda nueva y cuánto tiempo de presencia humana requieren las impolutas paredes para convertirse en un hogar. Todo el mundo sabe lo necesarias que son las sombras del pasado en los rincones de nuestros hogares para no sentirnos ni solos ni desamparados.

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