Hay días en los que las entradas te las dan hechas y esta es una de esas ocasiones. Un tipo pretende reunir firmas para poder casarse con una tal Miruku Asahina, quien para más datos no es una mujer real sino un personaje de dibujos animados con los ojos de Heidi y los pechos de la estanquera de Fellini. Si bien estos dos datos serían suficientes para considerar al solicitante carne de psicoanalista, no es menos cierto que su deseo matrimonial no es excesivamente peregrino, ni la idea tampoco es nueva, solo es una cuestión de perspectiva. De hecho, la Iglesia católica lleva más de mil años casando a sus monjas con un tipo invisible y para más abultamiento también polígamo. Y en todo este tiempo nadie ha planteado, ni siquiera las interesadas, ninguna objeción a estos enlaces, incluso cuando estas uniones conforme al derecho canónico podrían haber sido anuladas por no consumación del matrimonio.
Así que antes de criticar con excesiva dureza al desquiciado enamorado, deberíamos exigir responsabilidades a quienes dan pie, con sus tradiciones y jurisprudencia, a estas situaciones. Además, para complicar más la cuestión, este matrimonio es inobjetable incluso para los católicos “catatumbares”, puesto que el personaje es manifiestamente “ella”, al menos en sus más que evidentes caracteres secundarios. Claro que este solo es mi punto de vista y este juicio no excusa la obligación por parte del solicitante de acreditar no solo seriedad, la cual ya queda implícita en sus intenciones, sino también demostrar más allá de toda duda, su condición de hombre experimentado y curtido en los lances del amor. Y como prueba de fiabilidad aconsejo que sea sometido a varias duchas de agua fría para comprobar la firmeza de sus intenciones y la templaza de su sistema nervioso o en su defecto, le sean presentadas un par de mujeres como Dios manda, reales y con criterio propio, mejor si también son seglares. Es posible que después de conocerlas en profundidad Miruku se quede compuesta y sin novio y a él le desaparezcan todas las tonterías del cuerpo.
Así que antes de criticar con excesiva dureza al desquiciado enamorado, deberíamos exigir responsabilidades a quienes dan pie, con sus tradiciones y jurisprudencia, a estas situaciones. Además, para complicar más la cuestión, este matrimonio es inobjetable incluso para los católicos “catatumbares”, puesto que el personaje es manifiestamente “ella”, al menos en sus más que evidentes caracteres secundarios. Claro que este solo es mi punto de vista y este juicio no excusa la obligación por parte del solicitante de acreditar no solo seriedad, la cual ya queda implícita en sus intenciones, sino también demostrar más allá de toda duda, su condición de hombre experimentado y curtido en los lances del amor. Y como prueba de fiabilidad aconsejo que sea sometido a varias duchas de agua fría para comprobar la firmeza de sus intenciones y la templaza de su sistema nervioso o en su defecto, le sean presentadas un par de mujeres como Dios manda, reales y con criterio propio, mejor si también son seglares. Es posible que después de conocerlas en profundidad Miruku se quede compuesta y sin novio y a él le desaparezcan todas las tonterías del cuerpo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario