Después del rescate financiero de la banca internacional, nuestros impuestos han de acudir ahora en auxilio de la industria del automóvil. Los fabricantes tanto de utilitarios como de deportivos, ponen la mano y para hacerlo no necesitan activos tóxicos, ni hipotecas subprime, ni siquiera fingir congoja. Basta con mencionar cuántos cientos de miles de trabajadores dependen de ellos y si una virtud tienen los coches es su naturaleza tangible, así que no necesitamos hacer un gran esfuerzo mental para comprender las consecuencias de una crisis en este sector. Incluso nuestros políticos, tan lentos para otras cuestiones, han comprendido inmediatamente los efectos de ignorar tan educada solicitud.
La industria automovilística de los EEUU se conforma con veinticinco mil millones de dólares, una propina comparada con el coste del agujero financiero dejado por sus Bancos. No solamente comparte con ellos la necesidad de dinero público, sino que su situación es otro ejemplo de autodestrucción. Desde Reagan esta industria ha presionado a las diferentes administraciones para evitar modificaciones de la normativa medioambiental, con la intención de evitar las inversiones necesarias para desarrollar motores más eficientes y menos contaminantes. Este modelo de negocio se ha sostenido mientras los consumidores norteamericanos demandaban vehículos del tamaño de un camión y el consumo de un tanque. Durante estos últimos veinte años, para ellos, casi todo ha ido razonablemente bien. Los beneficios se dispararon, limitaron la normativa medioambiental y por supuesto se ahorraron una pasta en inversiones tecnológicas para mejorar sus obsoletos motores. Ahora, cuando los ejecutivos de la industria ven el culo a la carriza, recurren al “Tío Sam”, que a este paso pronto será conocido como el “Primo Sam”, pidiendo ayuda.
Aquí en Europa la situación es seria y a las dificultades se le han sumado los oportunistas. Abusando de la actual coyuntura unos aprovechan para sacar todo el dinero público posible y otros para deslocalizarse, poniendo ya de paso a miles de trabajadores en la calle. Los contribuyentes, que también somos consumidores, podríamos fácilmente diferenciar entre los sinvergüenzas y los que se aprovechan de la siuación. A los segundos no estaría de más exigirles como contrapartida a las ayudas públicas, compromisos sociales en términos impositivos, de empleo y medioambiente. A los primeros, los sinvergüenzas sin paliativos, como Nissan, la cual, dicho sea de paso está en su derecho a fabricar vehículos donde le dé la gana, debemos recordarles, como consumidores, que nuestras necesidades no se deslocalizan y cuando llegue el momento de cambiar de vehículo no olvidaremos a quienes nos ignoraron en los tiempos difíciles.
1 comentario:
Sí, si... muy bien! Pero y Franco! Coño que Franco ha muerto, joder! 33 años, ya va siendo hora de homenajearlo, no?
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