Ayer se conmemoró el trigésimo tercer aniversario del golpe militar en Argentina. Los militares golpistas, con sus excusas habituales, tomaron el poder y durante ocho años con la complicidad del Premio Nobel de la Paz, Henry Kissinger, practicaron el terrorismo de estado, secuestrando, torturando y asesinando a cualquiera que fuera sospechoso o mostrara su oposición a la dictadura. Esos salvajes uniformados, como los antiguos romanos, quisieron borrar todo rastro de su brutalidad e hicieron desaparecer a treinta mil personas como si nunca hubieran existido. Quisieron ganar el futuro silenciando el presente, pero no contaron con las madres. Miles de ellas reclamaron con valor y pasión conocer el paradero de sus hijos y exigieron la devolución de sus nietos. Ellas fueron y son las voces del silencio, ellas hicieron llegar hasta nosotros el lamento de los desaparecidos. Sus voces nunca aparecerán en las columnas de Trajano o Adriano, ni falta que les hace. Sus conquistas fueron desde la vida y contra la muerte; no pudieron recuperarlos pero el secreto de su sufrimiento quedó grabado en todos nosotros. Quizá por eso Gaia no nos devuelve a las cavernas, pese al gran número de miserables que pueblan sus tierras, porque a diferencia de Lot, ella siempre será capaz de encontrar en su casa a una persona justa o compasiva y eso, cuando quieres preservar la vida, casi siempre es suficiente razón.
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