El estado argentino ha decidido intervenir las entidades privadas que gestionan las pensiones de nueve millones de argentinos. Éste es uno de los riesgos del sistema privado de pensiones, los depósitos pueden esfumarse de la noche a la mañana por una crisis financiera, mala gestión o simplemente por la actuación irresponsable de unos sinvergüenzas decididos a jubilarse en cualquier paraíso tropical, mejor si también es fiscal, a cuenta del futuro de millones de personas.
Un economista argentino, aparentemente molesto con la intervención, lanzó una arenga contra esta medida. Según él, el Estado solo pretendía apropiarse del dinero de los jubilados para financiar su déficit. Después de esta afirmación, si alguien tenía alguna duda sobre la suerte de esos fondos, a estas alturas debe de estar temblando, santiguándose o las dos cosas a la vez. Posiblemente cuando el estado pueda intervenir esas entidades, el dinero ya habrá desaparecido y solo le quedarán dos opciones: asumir la responsabilidad garantizando las pensiones de los afectados o seguir el ejemplo del economista y escurrir también el bulto montando uno de esos espectáculos judiciales que invariablemente acaban en condenas ridículas y dejando a los afectados con una mano delante y otra detrás.
Este ejemplo, hay muchos más, debería recordarse cuando el político o empresario de turno pretenda vendernos el cielo en forma de privatizaciones. Es fácil reconocerlos por sus actos, pero especialmente por sus palabras. Son tipos obsesionados con el futuro, de una gran tenacidad y siempre acompañados de doña eficiencia y doña rentabilidad. Sus discursos, si sus palabras no son escuchadas y sus consejos ignorados, acaban siempre en catástrofe, su especialidad es acojonar al respetable. Sin embargo, existen ejemplos que niegan sus indiscutibles evidencias o como mínimo las cuestionan. Uno de estos ejemplos es Estados Unidos, donde los costes administrativos del sistema sanitario privado suponen un 25% del coste total, mientras que en países europeos con sistemas públicos de salud estos gastos no superan como media el 15%. La gran diferencia es que los sistemas europeos son universales y en el paraíso de la iniciativa privada, unos ochenta millones de personas o no tienen cobertura sanitaria o ésta es insuficiente para atender sus problemas de salud.
Son muchos y variados los estropicios de la tan cacareada eficiencia privada como gestor de pensiones y salud. Conviene recordar, cuando uno de esos charlatanes nos calienten los cascos con sus promesas, que la codicia, la incompetencia y las excusas singulares pueden darse en cualquier latitud, eso sí, la pasta y los sinvergüenzas acaban siempre reapareciendo en los mismos paraísos.
Un economista argentino, aparentemente molesto con la intervención, lanzó una arenga contra esta medida. Según él, el Estado solo pretendía apropiarse del dinero de los jubilados para financiar su déficit. Después de esta afirmación, si alguien tenía alguna duda sobre la suerte de esos fondos, a estas alturas debe de estar temblando, santiguándose o las dos cosas a la vez. Posiblemente cuando el estado pueda intervenir esas entidades, el dinero ya habrá desaparecido y solo le quedarán dos opciones: asumir la responsabilidad garantizando las pensiones de los afectados o seguir el ejemplo del economista y escurrir también el bulto montando uno de esos espectáculos judiciales que invariablemente acaban en condenas ridículas y dejando a los afectados con una mano delante y otra detrás.
Este ejemplo, hay muchos más, debería recordarse cuando el político o empresario de turno pretenda vendernos el cielo en forma de privatizaciones. Es fácil reconocerlos por sus actos, pero especialmente por sus palabras. Son tipos obsesionados con el futuro, de una gran tenacidad y siempre acompañados de doña eficiencia y doña rentabilidad. Sus discursos, si sus palabras no son escuchadas y sus consejos ignorados, acaban siempre en catástrofe, su especialidad es acojonar al respetable. Sin embargo, existen ejemplos que niegan sus indiscutibles evidencias o como mínimo las cuestionan. Uno de estos ejemplos es Estados Unidos, donde los costes administrativos del sistema sanitario privado suponen un 25% del coste total, mientras que en países europeos con sistemas públicos de salud estos gastos no superan como media el 15%. La gran diferencia es que los sistemas europeos son universales y en el paraíso de la iniciativa privada, unos ochenta millones de personas o no tienen cobertura sanitaria o ésta es insuficiente para atender sus problemas de salud.
Son muchos y variados los estropicios de la tan cacareada eficiencia privada como gestor de pensiones y salud. Conviene recordar, cuando uno de esos charlatanes nos calienten los cascos con sus promesas, que la codicia, la incompetencia y las excusas singulares pueden darse en cualquier latitud, eso sí, la pasta y los sinvergüenzas acaban siempre reapareciendo en los mismos paraísos.
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