
La sobriedad y austeridad de nuestros cargos públicos deberían ser las normas de conducta cuando actúen en nuestra representación. Da igual si crecemos económicamente o estamos en recesión. Si algunos no olvidaran estos principios, posiblemente los ciudadanos mostraríamos menos desapego por la vida pública y no seríamos tan escépticos con las palabras e intenciones de nuestros representantes.
Si estás en el desempleo y ves peligrar el bienestar de tu familia esos gastos resultan no solo injustificados, sino también indecentes. Mejor juicio no merece esa conducta cuando después de doce horas de trabajo, a cambio de un sueldo miserable, descubres que un cargo institucional es un auténtico sibarita a cuenta de tus impuestos. Seguramente éste es uno de los dramas de la izquierda, ver que algunos políticos autodenominados de "izquierda" actúan como nuevos ricos, imputando el coste de los caprichos a sus iguales. Es complicado confiar en palabras y proyectos cuando quienes deben dar ejemplo se conducen como si todo les diera igual y el mundo terminara cuando cesan en sus cargos.
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