Hace unos días leí una noticia de aquellas que te despiertan de golpe. Al parecer el ejército de los EEUU ha perdido la discreción. La compostura no la ha recuperado desde 1945 y ahora públicamente se jacta de que sus “Rambitos” realizan incursiones dentro del territorio de Pakistán en busca de torvos terroristas que han hecho de las montañas de ese país su base de operaciones y entrenamiento.
Recordé entonces la teoría de las fichas de dominó postulada por Eisenhower. Según este general, metido a presidente, si el gobierno de Vietnam del sur se desplomaba sería la ficha que provocaría la caída encadenada de otras “fichas” hacia el comunismo. En esta lógica las diferentes administraciones intensificaron su intervención en ese país hasta llegar a implicarse abiertamente en el conflicto.
Durante la guerra algunos perspicaces generales se dieron cuenta de que los chicos malos de Hanoi estaban utilizando Camboya como ruta de aprovisionamiento. En esos momentos una actuación directa hubiera sido muy mal vista por una opinión pública bastante mosqueada con la guerra, así que los estrategas recurrieron al viejo truco de hacer la guerra con la mano izquierda mientras con la derecha firmaban desmentidos. Ninguno de esos desmentidos, ni siquiera el cinematográfico de John Rambo, cambiaron los acontecimientos. Esa guerra y sus consecuencias seguramente son uno de los ejemplos más imbéciles y trágicos de profecías auto cumplidas.
Más de treinta años después nos encontramos de nuevo a los valientes chicos de las compañías alpha y bravo metidos en un berenjenal de consecuencias imprevisibles. El gobierno de Pakistán está muy debilitado, se enfrenta por un lado a los talibanes afganos que utilizan su territorio como base de operaciones y por el otro a una población cada día más radicalizada y si no tuviera suficiente con estos problemas, ahora tiene que bregar con unos tipos con la cara pintada y mascando chicle que se pasan la frontera pakistaní por el Arco de Adriano mientras disparan a cabras y pastores como si celebraran el cuatro de julio.
Seguramente desestabilizar a una nación con un arsenal atómico que no esconde, no debe de ser la mejor de las ideas, ni tampoco permitir que unos grupos radicales cambien fusiles por plutonio. Resulta difícil creer que las mentes del Pentágono no sean conscientes de los riesgos de extender la guerra a Pakistán, salvo que su intención sea justamente ésa, desestabilizar y dar la oportunidad al Patton o al Musharraf de turno poner las agallas sobre la mesa, mientras civiles inocentes ponen la sangre.
Recordé entonces la teoría de las fichas de dominó postulada por Eisenhower. Según este general, metido a presidente, si el gobierno de Vietnam del sur se desplomaba sería la ficha que provocaría la caída encadenada de otras “fichas” hacia el comunismo. En esta lógica las diferentes administraciones intensificaron su intervención en ese país hasta llegar a implicarse abiertamente en el conflicto.
Durante la guerra algunos perspicaces generales se dieron cuenta de que los chicos malos de Hanoi estaban utilizando Camboya como ruta de aprovisionamiento. En esos momentos una actuación directa hubiera sido muy mal vista por una opinión pública bastante mosqueada con la guerra, así que los estrategas recurrieron al viejo truco de hacer la guerra con la mano izquierda mientras con la derecha firmaban desmentidos. Ninguno de esos desmentidos, ni siquiera el cinematográfico de John Rambo, cambiaron los acontecimientos. Esa guerra y sus consecuencias seguramente son uno de los ejemplos más imbéciles y trágicos de profecías auto cumplidas.
Más de treinta años después nos encontramos de nuevo a los valientes chicos de las compañías alpha y bravo metidos en un berenjenal de consecuencias imprevisibles. El gobierno de Pakistán está muy debilitado, se enfrenta por un lado a los talibanes afganos que utilizan su territorio como base de operaciones y por el otro a una población cada día más radicalizada y si no tuviera suficiente con estos problemas, ahora tiene que bregar con unos tipos con la cara pintada y mascando chicle que se pasan la frontera pakistaní por el Arco de Adriano mientras disparan a cabras y pastores como si celebraran el cuatro de julio.
Seguramente desestabilizar a una nación con un arsenal atómico que no esconde, no debe de ser la mejor de las ideas, ni tampoco permitir que unos grupos radicales cambien fusiles por plutonio. Resulta difícil creer que las mentes del Pentágono no sean conscientes de los riesgos de extender la guerra a Pakistán, salvo que su intención sea justamente ésa, desestabilizar y dar la oportunidad al Patton o al Musharraf de turno poner las agallas sobre la mesa, mientras civiles inocentes ponen la sangre.
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