Cuando los espías surgían del frío y John Le Carré nos lo contaba, un tipo decidió hacer un experimento en Moscú. Escogió una puerta al azar, se detuvo allí y poco tiempo después, tras él, se había formado una larga cola. Los satisfechos, opulentos y decadentes ciudadanos capitalistas sonreíamos ante estas situaciones. Al tiempo que nos confirmaban el fracaso del sistema comunista, de la incapacidad de la economía planificada para satisfacer las necesidades más básicas de sus ciudadanos. Mucho han cambiado las cosas, la Unión Soviética ya sólo es un recuerdo. Rusia es una economía capitalista como casi todas y las colas parecen cosa del pasado. No sabemos si por la gran abundancia de productos o porque pese a ser capitalistas como nosotros, la opulencia continúa mostrándose tan esquiva con sus ciudadanos como en los tiempos de la guerra fría.
Seguramente para aquellas gentes, comunistas a la fuerza, hacer cola era la única forma posible, fuera del inasequible mercado negro, de adquirir productos tan básicos como los alimentos. No tenían demasiadas opciones, en cambio, nosotros pese a las múltiples ofertas existentes y a nuestra relativa capacidad de elección, acabamos también haciendo colas. Casi nunca por cosas tan necesarias como el pan o la leche, sino sólo por estar a la última, por ser los primeros en poseer uno de esos cacharros electrónicos, el cual posiblemente estará ya obsoleto antes de que la cola para comprarlo haya desaparecido. Y si para conseguirlo debemos dormir a la puerta de una empresa de telefonía, eso da igual, todo sacrificio es poco cuando se trata de obtener el Santo Grial de la temporada.
Ya no nos gobierna la necesidad sino el capricho y posiblemente las obsesiones. Por fin somos realmente como la propaganda comunista nos retrataba, capitalistas opulentos y decadentes o lo que es lo mismo, gilipollas integrales dispuestos a consentir los precios abusivos, la tomadura de pelo descarada fruto de nuestra impaciencia. Todo es poco cuando se trata de poseer uno de esos aparatos absurdos que nos permitirán durante unos días, en el mejor de los casos, calmar nuestra sed de colas. Así podremos mostrar a nuestros amigos y conocidos los laureles del vencedor y disfrutar de nuestros diez minutos de gloria. Salvo que tengas amigos manazas, en ese supuesto, el tiempo de gloria se puede reducir a tres minutos y medio.
Parece ser que andamos muy faltos de talento o de oportunidades cuando necesitamos un chute constante de “novedades” para diferenciarnos de nuestros semejantes, para encontrar en un teléfono una identidad y poder distinguirnos como aquel que nunca fue primero en nada, salvo en una cola.
Seguramente para aquellas gentes, comunistas a la fuerza, hacer cola era la única forma posible, fuera del inasequible mercado negro, de adquirir productos tan básicos como los alimentos. No tenían demasiadas opciones, en cambio, nosotros pese a las múltiples ofertas existentes y a nuestra relativa capacidad de elección, acabamos también haciendo colas. Casi nunca por cosas tan necesarias como el pan o la leche, sino sólo por estar a la última, por ser los primeros en poseer uno de esos cacharros electrónicos, el cual posiblemente estará ya obsoleto antes de que la cola para comprarlo haya desaparecido. Y si para conseguirlo debemos dormir a la puerta de una empresa de telefonía, eso da igual, todo sacrificio es poco cuando se trata de obtener el Santo Grial de la temporada.
Ya no nos gobierna la necesidad sino el capricho y posiblemente las obsesiones. Por fin somos realmente como la propaganda comunista nos retrataba, capitalistas opulentos y decadentes o lo que es lo mismo, gilipollas integrales dispuestos a consentir los precios abusivos, la tomadura de pelo descarada fruto de nuestra impaciencia. Todo es poco cuando se trata de poseer uno de esos aparatos absurdos que nos permitirán durante unos días, en el mejor de los casos, calmar nuestra sed de colas. Así podremos mostrar a nuestros amigos y conocidos los laureles del vencedor y disfrutar de nuestros diez minutos de gloria. Salvo que tengas amigos manazas, en ese supuesto, el tiempo de gloria se puede reducir a tres minutos y medio.
Parece ser que andamos muy faltos de talento o de oportunidades cuando necesitamos un chute constante de “novedades” para diferenciarnos de nuestros semejantes, para encontrar en un teléfono una identidad y poder distinguirnos como aquel que nunca fue primero en nada, salvo en una cola.
4 comentarios:
Hay que ser tontolculo, para hacer cola por un cacharro por el que vas a firmar un contrato con permanencia de dos años a un precio absurdo con Moviestar "o no estar", cuando por el módico precio de un billete de avión a los USA, unos días de turismo y una visita a una apelestore, más un puñado de dolares y una descarga del jailbreiquer de turno, podías tenerlo hace meses. Eso si, la versión de 16 gigas, no vaya a ser que cuando metas la canción número catorcemillonestrescientodiecinuevemilseiscientosveinticinco, te quedes sin memoría...
Están locos estos romanos.
Alex Sánchez
De acuerdo total, nadie piensa en el esfuerzo o en la creatividad para una realización personal, es más ¿realización personal? preguntan ¿Qué es eso? quieren la fama y la quieren ahora, sin el menor esfuerzo. Quizás sea por eso que también proliferen tanto los espacios televisivos donde todos tienen sus cinco minutos de gloria o donde se encierran durante meses para mostrarnos su intimidad.
Es la versión, accesible para la mayoría, de lo que supone para algunos el conducir un Jaguar. Alguien dijo que lo mejor del "aifon" era ponerlo sobre la mesa del bar.
Se trata un poco de tener las cosas que nadie más tiene, vivir los años que hace tiempo tuvimos, borrar las arrugas que un día reímos.
Menos mal que somos libres...
Vos te guiás con inspiración superior y reforzás la confianza en un noble devenir. Interesante discusión en la que te desenvolvés bastante admirablemente. Destaca la intervención por lo oportuna e inteligente.
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